Desde el 1 DE SEPTIEMBRE DE 2012 hemos venido celebrando en numerosos pueblos y ciudades del planeta, las lecturas solidarias "ESCRITORES POR CIUDAD JUÁREZ".

Estas lecturas están convocadas en solidaridad con Ciudad Juárez, en representación de todo el pueblo de México y por extensión de cualquier otro rincón del planeta donde el miedo, consecuencia última de la violencia, es utilizado para imponer la voluntad y los intereses de los grupos de poder sobre los derechos y la dignidad de los pueblos y los ciudadanos.

En nombre del colectivo Escritores por Ciudad Juárez continuamos con esta llamada a la solidaridad y la movilización. Quienes lo deseen pueden remitirnos sus poemas o textos, alusivos al conflicto que padece Ciudad Juárez, que serán colgados en este blog y posteriormente utilizados en cuantos proyectos y publicaciones decidan los organizadores de las lecturas solidarias. Las colaboraciones serán colgadas como entradas, con el nombre del autor o autora, junto al nombre de la ciudad de donde nos escriben. Y cada nueva colaboración del mismo autor o autora será añadida a la primera de sus colaboraciones.

Dirección de contacto: poemasporciudadjuarez@hotmail.es

viernes, 28 de septiembre de 2012

ESMERALDA VIZCAÍNO, Gijón, Asturias


EL RETORNO DE DZIÚ
- Tomas, ¿ya estás en casa? ¿Cómo has regresado tan pronto?- Preguntó Juana a su esposo mientras acababa de amasar el pan. Él entró en la cocina y taciturno se sentó en su silla. Juana le miró de reojo mientras colocaba la masa en el horno y tras lavarse las manos, sirvió dos infusiones. Se acomodó frente a él y con una caricia le acercó la taza. Tomás ensimismado fijó su mirada en las pequeñas flores de azahar pintadas que rodeaban el asa de la taza y Juana susurró:
-Tomás apura las hierbas, ya verás como en un santiamén alejaran esas atrocidades con los que te cruzaste.
-No es eso Juana.
-Mírame. No puedes engañarme, esos ojos han llorado. Ya me imagino lo que han vuelto a ver…
-No Juana, hoy ha sido distinto.
-Anda bebe, las hierbas te harán bien.
-No las necesito. Escúchame, hoy al regresar ya era tarde y tomé el autobús, al llegar a la plaza se subieron tres muchachos que comenzaron a repartir libritos a la gente. Al llegar a mi altura se agotaron y no sabía qué hacer, si seguir mirando por la ventanilla, o hacia el suelo cuando se disculparon por no tener suficientes ejemplares. Esa disculpa me hizo sonreír y uno de ellos me miró con complicidad, tratando de trasmitir sosiego y me pidió permiso para sentarse a mi lado.
-Tomás ¿cuándo podremos volver a recuperar la confianza para mirarnos de frente, con una mirada honesta, sincera, sin tapujos que nos permita reconocernos?
-Pronto, estamos cambiando. Hoy lo he visto. Comenzaron a leer en voz en alta, era tanta la delicadeza, la pasión con la que leían que me olvidé de que estaba sentado en un autocar. Cerré los ojos y por unos instantes, volví a tener ocho años, y escuché a mi madre con su voz profunda, serena contándome como el pájaro Dziú se adentró en el gran incendio que provocaron para que la tierra volviera a ser fértil, con el objetivo de salvar las semillas del maíz. Sentí de nuevo la fuerza con que ella me decía que a Dziú no le importó sacrificar su bello plumaje y cómo las demás aves cuidaron de él, incubaron sus huevos, le construyeron el nido, le buscaron alimento, y le acompañaron. Me emocioné tanto cielito… las lágrimas brotaban sin contención y me sentí feliz. Ya ves, hace tanto tiempo que no escuchaba ese cuento. Era el que le pedía a mi madre antes de dormir y ha regresado para enseñarnos el camino.
-¡Qué lindo Tomás! ¡Ven!- Se abrazaron en la cocina mientras en el horno la masa de pan tomaba la forma de un pájaro, el pájaro Dziú.




LAS GUERRERAS

          Las campanas anunciaban las doce del medio día, y bajo un sol de justicia mis pasos me alejaban de las calles asfaltadas. Cada vez había menos mujeres en el exterior de las casas. Me crucé con un grupo que salía del trabajo. Las seguí a cierta distancia. Ante los coches que atravesaban la calzada nos adentrábamos en una nube polvorienta, aceleraron el paso y sentí su estado de alerta. Las farolas estaban forradas con carteles en los que se leían nombres femeninos sobre cruces rosadas. ¿Dónde estaban los niños que antaño jugaban en la calle? Sus improvisados patios de juegos, se habían transformado en tierra sembrada con cruces rosas por cientos de mujeres, niñas que han desaparecido, que han muerto asesinadas.
Miro a mí alrededor y no reconozco la Ciudad Juárez que alimentó mis ansias de forjar revoluciones, que devolvieran a los indígenas su territorio usurpado. Entonces, cobran corporeidad todos los correos, las páginas que he leído en las que se relataba: la muerte de Susana Chávez, las dificultades que tuvo Julia Monárrez para recoger en una base de datos todos los feminicidios que han transformado en necrópolis a Juárez y al leer en una de las cruces “ni una muerta más” me siento mareada, me sobrevienen arcadas, caigo al suelo y de rodillas vomito. El ruido de unas motos se aproxima y escucho: - ¡Vamos las guerreras!.-
Me incorporo y veo rodeada por nueve mujeres sobre sus motos rosadas. Una de ellas desciende, y se aproxima para preguntarme si preciso ayuda. Me tambaleo pero me ayuda a sostenerme. Otra de ellas me da un poco de agua. Al cabo de unos minutos una mujer mayor se acerca a ellas y les dice: - Cecilia gracias por venir, tengo al pequeño con mucha fiebre.- Mientras una de ellas saca del maletero de su motocicleta unas medicinas y se las da, junto con un jamón. La mujer agradecida lo toma y se va. Cecilia se coloca el pañuelo que sujeta su melena y me pregunta: - ¿Te encuentras con ánimos para darte una vuelta con nosotras por la colonia Taraomara? –
Las observo, son mujeres de entre treinta, y cuarenta años, lucen pañoletas y chaquetas de cuero con el emblema: las guerreras. Ante mi desconcierto, una de ellas me dice: - Soy Lorena Granados. Somos las guerreras, dedicamos los domingos a llevar un poco de comida, medicamentos, ropa a los que no tienen nada. Ven con nosotras si quieres, luego te llevamos a tu casa, a cambio seguro que podrás contar lo que hacemos.-
Monté y me agarré a la cintura de Isabel. Recorrimos aquella colonia repartiendo alimentos, ropa y zapatos. Cuando ya no quedaba nada fuimos a la casa de Lorena, allí apuntaron las peticiones que les habían hecho y luego cada una regresó con su familia.
Ayudé a preparar arroz con frijoles, recogimos la mesa, y ayudamos a las niñas con las tareas de la escuela. Le pregunté si no tenía miedo de los narcos y sonriendo me respondió: - ¡Vamos las guerreras!-

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