Yo también llevaría una flor a la
tumba de mi madre, si supiera donde está enterrada.
La última vez que vi a Zulema -mi
madre- fue subida en un coche negro a cuyo volante estaba un fornido
conductor. Como compañeras de viaje, a ambos lados, Marina y
Rosario. Muy contentas las tres. Habían encontrado un buen trabajo,
según ellas. Zulema, se asomó por la ventana y me sopló un beso.
Marina y Rosario me saludaron con la mano, alegres. De eso hace mucho
tiempo, sus noticias fueron más bien escasas. Después, nada.
Aquí, existe un lugar maldito; lugar,
donde cada día aparecen mujeres, mujeres sin vida, junto a sus
ilusiones sepultadas, bajo un montón de tierra.
A Rosario, la compañera de mi madre
la encontraron bajo un montón de piedras. Desde entonces el miedo de
que a mi madre le pasara lo mismo se ha vuelto mi compañero. Mi
peregrinar hacia ese sitio macabro para buscar la tumba de mi madre
es la única razón de mi vida en este caminar constante. Los
sentimientos se agolpan en mi corazón, el terror me paraliza cuando
pienso que algún día... que un día puedo encontrar allí a mi
madrecita. Pero a veces deseo encontrarla para que esta angustia que
me está comiendo se acabe y pueda al fin darla el descanso que todo
muerto merece.
Quiero soñar que este horror no es
real, quiero pensar que mi madre está viviendo feliz y volverá a
casa para estar siempre juntos. Pero es solo un sueño. Mientras el
poder y el dinero imperen juntos, el infierno en el que nos movemos
no acabará. Desde ciudad Juárez, donde la lucha por el poder y el
dinero es lo único importante. Grito desde lo más profundo de mi
ser y quisiera que este grito se expandiera por el universo, se oyera
hasta el último rincón de la tierra: nos secuestran, nos entierran,
nos matan.
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