Hay pasos que suenan, el techo
con crujidos, del aire.
Estoy alerta,
y el efecto sonoro de las llantas en las calles
me apaciguan
y los ladridos interminables son sinfonía.
Las puertas chillan.
No escribo nada aún, estoy aquí,
intento retener los ajenos ruidos.
No solo la noche se resiste al amanecer,
sino el asesino permanece dentro de la casa.
Le suenan sus tobillos, en cada paso invisible.
Espero a la silueta locuaz que entre al dormitorio,
el horror me invade
por cada variante atropellada
sombras difuminadas que concentran silencios
asfixiados en cada momento.
Soy el final del camino:
No se si gritar, huir
o saltar por la ventana,
incendiar la casa, tomar una arma blanca,
o ser perseguido cada noche.
Respiro lentamente
la cama tiembla con saldo blanco
y el miedo ha terminado.
Me duele tanto olvidar
Entre el yo, el hubiera.
Ahora escucho el tren pasar,
tensión y la sangre en mi cuerpo.
Disparidad, libertad.
Espíritus que rondan
en las paredes blancas, nos persiguen:
en esta tempestad.
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