Juárez
En dos edades vivimos
los propios y los ajenos:
la de plata los extraños
y la de cobre los nuestros.
Lope de Vega
Las tardes de mi infancia
eran tan secas
que sin brillo
se hacían de inmediato viejas
duras
como periódicos después de una noche de lluvia
El desierto hacía su parte
todos los demás la otra
entre el mezquite y los ventarrones de febrero
distancias que asfixiaban
y la monotonía
no había huida que diera resultado
las guaridas de los árboles
eran bosquejos
de lo que no tendríamos
La gente
era buena
hasta tierna
pero brusca
parca
y es que la dulzura
colectivamente
se secaba
El agua
anhelada
chapoteaba por su ausencia
en un sopor detenido
lerdo,
lerdo y largo
En la noche
con un sol más fraterno
manantiales de alegría nos socorrían
emanaban juegos en las esquinas
las señoras hablaban en las puertas de las casas
los viejos hablaban solos
Destiladas
en el aljibe seco pero refrescante
de esas noches
las mujeres despertaban a ser hembras
los hombres saltaban de sus jaulas
Mi madre canta a la distancia
Los carros pasaban
nos recorrían con sus farolas
Angelita siempre encontró la razón
para encuerarse
los niños quemaban la inocencia
en esa hoguera
**
En esas horas de noche
el cincel del encuentro
grabó hondo
los huellas del apego
en las entrañas
Pero el huevo se rompió
como en un cuento
macabro
extranjero
El arca de Noé
encalló en la avenida
arribaron los ajenos
con gestos amenazantes
o promesas seductoras
Empezó el reloj
a comerse las noches
Las manecillas destejieron las manos
La avaricia devoró los monumentos
La penuria y la cizaña a la gente
La refrigeración nos resecó la piel
resfrió al alma
el desierto se hizo menos cálido
más seco
más aislado
La llovizna de la noche no refresca
solo anuncia con rencor que no habrá entierro
nunca
que el cadáver se seca por su cuenta
***
Ahora
mi ciudad
recrea el tiempo
como escarcha
La piel
antigua y por venir
vomita otras especies en sus parques
Me deja la puerta abierta para que salga
Mi recuerdo de ella y ella misma no cabemos en sus calles
no me abraza siguiera por nostalgia
desatiende mis alaridos, mis sonrisas, y mis quejas
se tiñe la cabeza con imágenes que no me tocan
Mi ciudad, en fin, tiene otra gente
pero yo, mi querida consultora,
¿adónde me hago?
doctora corazón, si aún le queda
algún retazo perdido en la alacena
si todavía no está senil
mándeme algo donde pueda guardar alguna llave
por si tuviera que volver con esta ingrata
A mi ciudad le duelen las heridas
pero tiene muy larga la paciencia
la ultrajan, la mancillan, la hacen trisas
y allí está toda sin quererme
Nunca fue bella pero era hermosa
cuando de noche dejaba que sintiera algo que no se paga
Hoy vive en subasta
A nosotros nos quería hasta donde fuera decente hacerlo
con el alma desenfundada
el arma guardada en la confianza
una ciudad abierta pero propia
hoy, somos los más,
pero los ajenos nos desplazan a la orilla
no le cabe a nuestros arrabales sus carros blindados
ni nuestros sueños de hacer esta ciudad algo más grande
donde podamos caber
con todos nuestros ansias y nostalgias
Esos se matan a tiros y con gritos
sin saber quién mata a cuantos ni por cuanto
Nosotros, huérfanos de entraña,
nos morimos de pena
acallados de miedo
con esfuerzos ciegos y hasta tiernos
****
Hubiera que ganarse la paz diciendo cosas
cosas de ti
de aquí
de más cerca
de aquel tiempo ganado a la sonrisa
sin que se vaya
de largo
ahora
a la intemperie
Dejar florecer
de otro modo
ese otro vicio
dejarnos huérfano de ti
sin que te pierdas
Diciendo cosas sin dolor
como: “ardes”
como: “ardes dentro”
como abrir un pan
y dejar muerta
de una sola rebanada
a esta muerte
que mata
con un hacha
Sobrevivir
tu ausencia
con tu rastro
Sin que esa huella que hundiste
destazara
Como si fuera solo un trozo
de distancia
Tendrías que hundir
como una mariposa
a pleno vuelo
tus alas coloridas
en nuestro aliento
nos debieras dar paz
dejarnos vivos
para esperar hasta que vuelva
tu alegría
tan nuestra
y sólo tuya
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