PEREGRINACIÓN
DEL DOLOR
El
pueblo voltea hacia las casas malheridas
donde
habita la indignación y la impotencia
en el
asombro del secuestro de sus hijos;
ojos
hundidos, enrojecidos pero despiertos.
Cuando
pasan contemplan el llanto,
con el
sudor en la frente saludan de cerca,
cavan
las fosas de cada día de ausencia
en el
camino de los sueños arrebatados.
Oyen
las palabras al viento
y sus
lamentos al paso de las horas
agobian
el vacío lacerante,
se
llena con la imagen del verdugo maldito;
encuentro
de malnacidos, tormenta interminable
junto a
las lágrimas del suplicio de los inocentes,
jóvenes
combativos de los bosques sangrientos.
En las
cocinas las madres lloran,
tarde
llegaron los soldados inconscientes
a
buscar bajo las piedras distraídas.
¿Qué
hacen para no sentir vergüenza?
¿Qué
hacen con los gritos de rabia a sus espaldas?
¿Dónde
dejan sus manos de sangre manchadas?
La
peregrinación del dolor
apareció
cuando la ley se quedó callada;
caravanas
de mujeres abatidas, acaloradas,
juntas,
embarazadas por la esperanza
sienten
como si hubieran abortado su destino
y temen
viajar lejos de su sangre ausente
Interrogan
al amanecer de las calles insomnes
que
anuncian la desdicha de los tiempos venideros
donde
no hay más camino que la mano alzada,
donde
el grito compartido despierta la conciencia
de la
palabra enardecida frente a los extraños.
La
tiranía infame sólo cede al colectivo solidario
capaz
de limpiar la historia del saqueo asesino,
de
devolver el canto del bosque y las aves libres
por
donde vengan saltando el sol y la sonrisa…
¡Porque
vivos se los llevaron y
vivos
los queremos de regreso.
PEDRO
Y SU MAR
El
viento nocturno te trajo de regreso,
esa
noche de resurrección
las
palabras no alcanzaron
para
recobrar los días extraviados
en las
arrugas del alma,
pero
abrió las puertas para trascender juntos
los
tiempos venideros,
¡Cómo
imaginar que pudieran ser tan escasos!
La luna
sonríe cuando los viejos amigos se encuentran.
Contaste
en veladas de tinto, cariño y quesos
los
ires y venires de tu lucha eterna, sentido de tu vida,
ante
nuestros ojos de sorpresa y tragos urgentes
compartiste
las desventuras de tus amores perdidos.
Con los
bolsillos llenos de sueños de libertad y justicia
caminabas
aflojando el cuerpo en las mañanas junto al mar,
el
camino te daba piedras para alimentar tu espíritu
la
tierra náhuatl, con sus aromas nutrió tus convicciones
para
cantar a Silvio, Pablo, los Beatles y Sabina
acompañado
de las olas incansables,
tan
incansables como tú, querido hermano.
Frente
al mar, al calor de las tardes del recuerdo
salpicaste
tu visión del mundo indígena,
contagiaste
tu indignación por todos los muertos,
luchadores
que siguieron a sus ancestros,
que
eligieron perder la vida a entregar a su pueblo
a los
sátrapas con fusil, a los cobardes con dinero,
a los
emisarios de la desesperanza
agazapados
como acostumbran, entre su propia mierda.
En cada
instante compartido llenaste los corazones,
con tu
aliento de congruencia y esperanza
nos
incluiste en tu compromiso de vida
pudiendo
ver a través de tus ojos
a los
niños descalzos de Xayacalan y la Ticla
estirando
sus manos, suplicando ilusiones.
Ventanas,
montes y mares
te
inspiraron a pintar con grandes letras
el gran
deseo libertario y tu amor a la vida
en
quienes caminamos a tu lado.
En la
tierra que te adoptó
la
historia avanza con tus ideas
floreciendo
cada mañana;
son la
herencia de los hombres imprescindibles, que como tú
buscan
el encuentro del libre albedrío y la pertenencia.
Nadie
puede culminar con su destino,
nadie
puede terminar con las palabras,
nadie
puede acabar con tu legado.
Hombres
como tú no pueden irse nunca,
pasan y
se quedan para siempre.
Seguirás
vivo,
seguirás
tan Amaranto como te conocimos,
cuando
cualquiera de nosotros
te
convierta en la voz que sale de su pecho
para
gritar:
¡Hasta
la victoria siempre!
¡Patria
o muerte…Venceremos!
A
UNA SOLA VOZ
Carnicero
cuchillo,
bestial
sombra parricida
sobrevuela
los techos del pueblo,
silente
estela de muerte
burla
los ojos del vigía,
rastrea
su presa indefensa
¡Los
árboles tiemblan!
¡La
tierra se estremece!
Una
lluvia de metal despiadado
picotea
incansable la noche entera,
uno a
uno, los hermanos del viento,
del rio
y de la lluvia,
heridos
de muerte, impotentes
lanzan
gemidos de dolor en su fatal caída,
con su
último aliento
suplican
piedad, piden ayuda.
Nubes
de pájaros indignados,
huérfanos
de sus nidos,
claman
el perdón de los verdugos
herederos
de La Malinche
que
arrebatan las entrañas
y
saquean en pedazos
el
fruto herido de los bosques
para
llenar sus vidas huecas
de
marihuana y aguardiente.
Sigue
y sigue el cuchillo matando
inmisericorde
bacanal de los enfermos
desahuciados
de los cielos.
El
pueblo acude al estertor del sismo,
despiertan
los espíritus
de más
de quinientos años,
piedra
y lodo hundidos
en la
marginación y el odio.
Encaran
con sus manos de arado
a los
bastardos sin futuro,
cierran
el paso a los extraños,
prenden
las calles con la ira acumulada
en
señal del hartazgo colectivo
sin
otra cosa más que su corazón encendido,
ponen
su pecho a las balas
y
entregan sus vidas al infortunio.
Los que
siguen vivos
se
desvelan llorando a sus ausentes,
sacan
de sus venas el espanto,
se
colman de tristeza y de coraje
cansados
del mutismo
y de la
imagen del mártir desolado.
Ven
crecer el mal a toda prisa,
afilan
el machete del jornal,
visten
la piel del sol curtida de sueños rotos,
juntos
sueño a sueño, pecho a pecho,
a una
sola voz con la fuerza de su dignidad
lanzan
a los cuatro vientos el grito de…
¡justicia
y libertad!
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