Mis pisadas pretenden saberte,
no humillarte.
Como a la oruga breve, la babosa constante,
a las hojas cansadas que acurrucas y mimas;
es tu vida, la vida, que da vida a la mía.
En tu sonrisa antigua,
que hoy se llevan los vientos,
en la gris agonía que se aferra a tu lomo,
voy muriendo tu muerte
como vivo mis días.
Madre del pan y el verbo,
tierna hermana y amiga,
en tu piel he fundado el beso y la caricia;
mi corazón humano, mi techo, mis semillas;
la sonrisa inocente;
la sorpresa y la espiga.
Hoy envuelvo mis versos en tu abrazo postrero.
Con el agua que lame tu oscura pesadilla
se diluyen, silentes, mi mañana y mi credo.
En tu muerte, la muerte, va rondando mi orilla.
Me reflejo en tus sombras
al buscar tu camisa
para vestir de gala a noviembre y sus alas,
al amor y a la vida.
Te descubro desnuda
cual palabra baldía.
y me hiere la herida
que te sangra en el surco
y la vida que escurren
el viento y la llovizna.
Me suena tu silencio, como una voz que acusa,
Que desde lo profundo de mi yo me reclama,
Me convoca, me agita, me denuncia, me mira.
Te mastican mis ojos.
Tu olor me sabe a olvido, a apatía y despojo.
Mis sombras se hacen sombras, cuando tu sombra crece.
Se van mis mediodías, cuando tu noche es siempre.
Te mastican mis ojos.
El sabor de tu sangre me sabe en cada poro.
En cada surco habito,
soy cieno en cada cieno.
Tu dolor es tan mío
que yo soy, sin saberlo,
el dolor que te duele.
Soy tú misma en el féretro.
Madre, hermana y amiga
¡cuánto duele saberlo!
Tierra madre y hermana,
tierra amiga y sustento
no callaré tu muerte
aunque ensucie mi verso.
No callaré, lo juro.
Te haré vivir, prometo.
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