Con insistente
ánimo intimidatorio nos circundan, nos mantienen al margen, se apoderan del
espacio con recursos simbólicos amenazantes.
¿Qué fue del
ayer cuando te andábamos sin miedo?
La Ciudad herida
apenas atina a poner la otra mejilla.
*
Vamos pues en el oficio de la tinta y la pasión. Identificando los momentos oportunos, los espacios
adecuados.
Insistimos
lúdicas en soñarte, Ciudad
enardecidas.
Nos abrazamos a
ti, para escuchar lo que murmullas suavecito a nuestro oído.
Volamos, es
cierto, migramos buscando el calor de otras tierras para calentarnos el tintero
cada vez que nos cubres de invierno.
Mas volvemos siempre
redimidas
inflamadas
plenas
Volvemos a
contarte de la magia del sendero aquel
donde
inevitablemente
terminamos por
vestirnos de nostalgias por tu entraña.
Ciudad
amada Ciudad de
nuestros pasos.
Cuna de letras y
vida que se renueva a cada instante.
No te pierdas
no permitas que te acaben.
Se puede
marchar por tus calles encendiendo velas
tirarse de
espaldas sobre el asfalto
mirando al cielo
para frenar el
huracán que amenaza los destinos.
Quienes miran
todo desde las alturas –arriba, donde sus rostros sonrientes se acompañan con
promesas de bienestar–, han mentido.
¿Qué se puede
hacer entonces por ti Ciudad, sino vestirte de letras blancas, de esas que son
capaces de borrar el rojo de los diarios; sino
escribir historias que suenen más dulces y fuertes que las sirenas de la
policía?
Deja, Ciudad,
vestirte de letras. Por ti todos seremos
poetas.
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