Deuda
Un hombre corpulento baja de su automóvil,
deja asomar su pecho velludo y hosco.
Ha interceptado a otro, el conductor es un chico
que tiembla al mirar la camisa abierta, y luego,
de inmediato, mira un arma en el puño cerrado.
Con la otra mano lo sujeta por el cuello,
el muchacho se defiende como una cría de golondrina.
Con un fuerte impulso lo saca por la ventanilla
y el cuerpo joven conoce su destino de asfalto.
El
sonido chic chic
hace que la piel del muchacho
sea un alfiletero de nieve. Ruega en el nombre de Dios,
pero el verdugo lo coloca en cuclillas.
El cañón estalla en el cráneo terso
como una sandía y un petardo.
En medio de la calle, el ojo derecho del muerto lanza
(el otro es una plasta blanquecina),
una largueza que abraza el fin del mundo.
El hombre se acomoda el sombrero,
sube a su camioneta y se aleja, tranquilo.
Lo
que dice la noche
Lo
que dice la noche de la anomalía.
Lo
que nombran los ecos del auto que traslada cuerpos,
esperanzas
y deseos de cama. Pensamientos y visiones del tedio.
Lo
que arrastra el viento como un mecanismo
que
muerde papeles, objetos y minucias de calle,
que
no miran más los transeúntes o los gatos.
Lo
que narran los vocablos de los perros
que
se escuchan en casas distantes
como
una permanencia sucia y triste.
Lo
que hace que el farol cierre la luz
y
abra el miedo y recomience su fiesta de agonía.
Lo
que significa la humedad
en
el asfalto después de una lluvia
que
ha dejado gestos de charcos e intentos de alivio.
Lo
que puede decir un lote de manchas,
un
edificio de clausuras. Una funeraria a ciertas horas,
donde
los muertos duermen una imagen no querida.
Lo
que abandona una mujer de luces secretas
cuando
arroja los dados del hambre, y un hombre observa,
cómo
las sombras persiguen sus deseos de asombro.
Venimos
de la nada y vamos hacia ella.
Y
el recuerdo de lo que hemos sido.
Y
el recuerdo de lo que no hemos sido.
He
ahí el hubiera
que es el tigre de los impotentes
y
de los condenados.
Sería
mejor recordar la vida tal como lo han contado
en
la belleza de los rótulos virtuales,
pero
la tristeza tiene una cabida incuestionable
para
quien cree vivir dignamente.
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I
¿Qué
habita más allá de las puertas de luz, que lanzan mis ojos fuera
de
este mundo, hacia ese horizonte donde no existe el sino de los
hombres?
II
Trampa
del frío y el disparo.
Los
otros son los leones que nosotros somos.
Nadie
se ha de salvar de la negligencia, del proceder de zarpa,
de
la conducta de réptil en el túnel de la presa.
¡Bienvenidos
seamos a la ínsula de la tortura y de la tranza!
¡Viva
el paraíso de los niños quemados!
III
Extremadamente
lejos,
a
una distancia que no puedo comprender,
a
una distancia vacía, allá,
suceden
estallidos de soles:
las
estrellas explotan con energías terribles.
Pero
un perro negro acecha la calle,
y
también explota en la noche terrestre.
Bajo
mi incapacidad,
el
perro es una estrella que vaga con luz propia.
IV
¡Qué
maravilla! El espíritu es una isla sin curso.
Las
vidas de los hombres son inciertas:
presas
como moscas en telares dulces.
Nace
una lámpara cada segundo, y a cada instante
el
veneno de la araña devora la luz de las semillas.
¿Quién
es capaz de instaurar la poesía?
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