Costureras de Ciudad Juárez
Una hermana,
dos hermanas,
mil hermanas,
por dos maquinarias certeras dominadas.
En una de ellas cosen cuellos de camisa.
Donde cristaliza el terror,
no sé si se canta.
Su labor es algo complicada:
una vez calcado el patrón en el tejido,
éste se corta con presición de relojera de urdimbres.
Del reves un hilván,
y se retorna a ver el rostro más amable de la tela.
Toma forma entonces la pieza;
exactas puntadas
en la locomotora de la esclava.
Una hermana,
dos hermanas,
mil hermanas,
del otro ingenio articulado,
no desearían saber nada.
Orda siniesta la que le acompaña:
siervos del metal, del artificio, el machete, la tortura, de las balas, …,
aseguran del artefacto
una muerte horrenda y temprana.
Aun siendo más simple el mecanismo,
esta otra suerte de manufactura
no me atrevo a descifrarla.
Sin título.-
Sobre aquellos parajes
donde el hedor auyentó
a los botánicos,
agitó desmesuradamente
a la muchedumbre pasasitaria,
y llegó a traspasar de las casas sus umbrales,
se aferra un sol mudo y furioso,
que consiente y aprueba el mecanismo
de los ritos perpetuados.
Ausculta despojos,
y registra goloso la orografía,
en los paisajes de la barbarie.
Regados los rincones con sangre de niña,
la tierra encoge su propio útero,
y espera en latencia,
un nuevo amanecer de diosa,
de planeta.
Mientras entona su exacta sincronía,
acoge y arrulla
a cada parte de su parte,
a cada Perséphone despedazada.
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