Bosquejo
de la Frontera
En
mis delirios me pregunto qué tienen en común Tijuana y Ciudad
Juárez, dos ciudades tan iguales y tan distintas. Tijuana, entre
lomeríos, entre casas asomándose al precipicio con riesgo de
resbalarse y sus edificios modernos levantados al cielo. De ciudad
Juárez tengo otras memorias, igual de importantes pero distintas. Un
día fui llamado por el destino, porque algunas de las similitudes
que tienen Tijuana y Ciudad Juárez son sus rituales de vida y
muerte, una cultura propia de la frontera donde el dolor y la música
se parecen, donde las cruces al lado del camino tienen el mismo
significado, ya por sus mujeres anónimas, una paradas y otras
acostadas para siempre. Trata, tráfico y muerte son común
denominador, pero hay otras similitudes de igual fuerza, en ocasiones
perversas y en ocasiones de sobrada bondad, sin embargo en todos los
casos, el reclamo es el mismo.
Fui
a Ciudad Juárez por mi cuenta, por carretera desde Tijuana, y al
llegar, un día antes del evento, ya me esperaba el presidente de la
Comisión de Gobernación de esa ciudad, Ramón Dévora Miranda. Al
otro día, el miércoles 25 de febrero del 2009, la ciudad amaneció
acordonada, con tanquetas y helicópteros repletos de militares, con
los Secretarios de Estado que integran el gabinete de seguridad y el
Presidente. Cerraron el aeropuerto por amenaza de bomba, se sentía
como en la Tijuana de esos días, era un aire denso y el palpitar del
corazón era más fuerte pero más lento, se agudizaba el sonido, el
silencio retumbaba más fuerte que las palabras y mientras el
presidente Calderón anunciaba más balas, más pistolas y más
cárceles; dije que ya no podíamos tener presos cuando les hemos
negado todas las oportunidades, lo repetí por la tarde en la
Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, ante alumnos de sociología,
en conferencia parecida que nos organizó la maestra Leticia Castillo
Quiñónez. Al paso del tiempo, de los meses, me entere que un alumno
salió herido de bala, un sociólogo que vivió para narrar una
manifestación por la paz, para describir las luchas incansables. Así
se resume el anhelo por la vida, la justicia, y la libertad, porque a
nadie le gusta estar encerrado en su propia casa. Vivir así no es
vida. Fui por el desierto, por horas en carro sin dar vuelta, y luego
al Norte, a Magdalena de Kino, pasamos por esa tierra donde siglos
después otro apóstol de esos lugares llegaría a Tijuana, como
Cristo ante Pilatos. Después Cananea, entre una zona montañosa, con
grandes rocas, pinos y nieve, porque había nevando y comencé a ver
los techos de lámina, las vías del ferrocarril, la lucha de los
obreros como hace un siglo cuando comenzó la Revolución, y luego de
nuevo más al Norte, entre curvas más cerradas y luego Janos, un
gran valle donde se pierde la vista en el infinito y no se ven
cerros, salvo trocas
grandotas y se venden quesos deliciosos de vacas que nunca vi. Otra
vez rumbo a la entonces ciudad que alguna vez se llamó Paso del
Norte, y por ahí vi una casa perdida en la inmensidad, al pie de la
carretera de dos carriles, por patio tenía toda la esfera terrestre,
sin cercos y sin límites de propiedad, sin vecinos y sin animal
domestico, tuve que regresarme a verla con detalle, la paredes
surgían de la faz de la tierra y las paredes entraban como raíces y
tronco, luego una ventana donde un niño y una niña veían pasar los
carros, se divertían al saludar por la ventana a un loco que iba en
camino a decirle al presidente que estaba más loco. En Tijuana y en
Ciudad Juárez respiré ese aire que cuesta trabajo digerirlo y luego
nos obliga a dormir en el suelo, para mejor digestión. Vi el tatuaje
en cuerpo y alma, en la misma memoria; la violencia a la mujer en
grado de ofensa y muerte, la maquiladora y sus mujeres que reviven
cada domingo; el migra; el Jaipo;
el encapuchado del orden y del desorden, los cárteles políticos y
otras organizaciones con música de banda para entonar a Wagner, los
sonidos musicales, en trocas
y en trenes, convertidos en cifras, en productos residuales de una
cultura que se niega y se reafirma, que se encuentra y se abandona
todos los días, en grado indistinto de gusto y pesar. Tijuana y
Ciudad Juárez, realidades paralelas.
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