Desde el 1 DE SEPTIEMBRE DE 2012 hemos venido celebrando en numerosos pueblos y ciudades del planeta, las lecturas solidarias "ESCRITORES POR CIUDAD JUÁREZ".

Estas lecturas están convocadas en solidaridad con Ciudad Juárez, en representación de todo el pueblo de México y por extensión de cualquier otro rincón del planeta donde el miedo, consecuencia última de la violencia, es utilizado para imponer la voluntad y los intereses de los grupos de poder sobre los derechos y la dignidad de los pueblos y los ciudadanos.

En nombre del colectivo Escritores por Ciudad Juárez continuamos con esta llamada a la solidaridad y la movilización. Quienes lo deseen pueden remitirnos sus poemas o textos, alusivos al conflicto que padece Ciudad Juárez, que serán colgados en este blog y posteriormente utilizados en cuantos proyectos y publicaciones decidan los organizadores de las lecturas solidarias. Las colaboraciones serán colgadas como entradas, con el nombre del autor o autora, junto al nombre de la ciudad de donde nos escriben. Y cada nueva colaboración del mismo autor o autora será añadida a la primera de sus colaboraciones.

Dirección de contacto: poemasporciudadjuarez@hotmail.es

sábado, 4 de agosto de 2012

JULIO CÉSAR PÉREZ CRUZ, Tijuana, Baja California


COMO CHORROS DE CAPUCHINO  
                                                 

Desde luego, después de volver a la mesa no tendrá otra que beberse el capuchino y esperar a que el mesero (un tuerto que no deja de verla, aunque sólo tenga un ojo y éste se mueva de forma circular como si estuviera virolo), traiga la cuenta o le diga que ya van a cerrar, esto si antes no llega un segundo mesero (uno que también la ve, pero más por envidia que por otra cosa pues parece joto) para ofrecerle un pastelillo de zanahoria con mantequilla derretida encima. Quizá la señora de la mesa de la esquina (una flaca que insiste en sumir la panza cada que alguien la voltea a ver, si es que alguien se anima) tuerza la boca y no entienda que un capuchino estaría bien siempre y cuando estuviera cargado con dos chorros de leche arrojados a una altura de unos veinte centímetros. Ahora bien: si esto pasa que importa la anciana con cara de polvo que se esconde tras el gordo (lonja a la derecha y a la izquierda) sentado en el costado izquierdo de quién sabe qué mesa. Ese no es el caso, ¿entonces?, el caso es que debe beberse el capuchino y no es que le disguste eso, ¿entonces?, es que hoy no quiere beber café. Y no es culpa del gordo ese que está sentado quién sabe dónde, ni de la anciana con cara de polvo, ni de la flaca que insiste en apachurrar el estómago; es culpa de su ex jefe: el muy cabrón la despidió del trabajo. Y todo por no bajarse la falda, ¿falda?, los pantalones pues, ella nunca ha sido de faldas. Así de fácil: seis meses trabajando de secretaria, hasta que a su jefe se le ocurrió: Oiga, me gustaría que fuéramos cenar, digo, si no tiene compromiso. No, no tengo. A las ocho. A las ocho. Vinito tinto, un buen corte de carne y de ahí al motel con jacuzzi, no falla. Una: Pantalón de vestir, gris claro, blusa rosa,  perfume caro (regalo del jefe), zapatillas y tanga negra. Qué más puede pedir el patrón, pensó antes de decírselo al espejo, si se porta bien chance y hasta un beso de pajarito le toca. El otro: Dos mil pesos en efectivo, tarjeta de crédito, paquete de condones, Mustang del año, de hace seis años para ser exactos. Si se pone trucha, le dijo a su compadre, hasta le compro un carrito pa’ que ya no ande a pata, aunque es mejor así, luego si se hace floja las nalgas se le van a aguadar, ya le pasó a Lyn May que es famosa y tiene pa’ operaciones que no le pase a ésta que apenas si saca para comprarse cremas del Avón. Último resquicio de la cena ¿Y?, ¿Y qué?, No te hagas, pa’ dónde jalamos, ¿a tu casa o la mía?, Usted a la suya y yo a la mía, como debe ser, eso sí, si se porta bien le puedo dar un beso de piquito. Que piquito ni que la chingada, órale, bájese y mañana no vaya a trabajar que está despedida. Doce kilómetros y medio caminando, si hubiera sabido se hubiera traído algo de dinero, de perdida para el camión. Todo por culpa de las nalgas, si fueran flacas como chorros de capuchino y no gordas y esponjadas como conchas de chocolate de seguro se las habría dado a su jefe y hasta quién sabe qué provechos hubiera sacado con eso, pero no. Como chorros de capuchino, pensó cuando vio que el mesero dejaba caer la leche sobre la taza justo a veinte centímetros de distancia. ¿Azúcar? Dos, no, mejor una, me gusta amargo como mi día. El mesero le sonrió, le quiso preguntar si estaría dispuesta a salir un día de estos con él pero no lo hizo. Lo más seguro es que esas pulgas no brincaran en su petate. La anciana con cara de polvo se levantó. El motivo: tenía más de veintidós minutos esperando una tarta de manzana que nunca llegó, quizá si la anciana con cara de polvo hubiera entendido cuando el mesero le dijo que ahí no vendían tartas de manzana la anciana no hubiera esperado tanto. Salió del local, un tanto enojada, no sin antes ver, de reojo, a la flaca que contuvo la respiración apenas se sintió observada. A dónde irá la anciana, pensó la nalgona, dos segundos después se le olvidó que había pensado eso. Después de todo eso no importaba, no demasiado. Abrió el periódico en la sección de empleos. Pasó la vista por las dos hojas, encontró dos clasificados: Secretaria bilingüe y Secretaria ejecutiva, ella: ninguna de las dos: simplemente secretaria y si la apuran ni eso. Abrió su bolsa. Dos, tres, cuatro monedas de cinco pesos. Madres, al suelo una de ellas. Mal y de malas, pensó, era la de la propina. Se levantó a buscar la moneda. Empinada. El gordo volteó a verla. Mango petacón, dijo en voz baja, el mesero virolo lo escuchó pero no quiso intervenir. Corazón, petacas de carne. Se le acercó despacio, paso lento pero seguro. Disculpe señorita, dijo y se acomodó la cartera. Ella sonrió, seguía empinada, agachó un poco más la espalda, levantó un poco más las nalgas. Si le pudiera echar un par de chorros de capuchino en esa espaldita para que el corazón agarre sazón, pensó él y se acercó otro poco. Sí, diga. Verá, la vi que ojeaba el periódico en la sección de empleos y me preguntaba si le interesa llenar una solicitud para trabajar en mi despacho.       

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