Desde el 1 DE SEPTIEMBRE DE 2012 hemos venido celebrando en numerosos pueblos y ciudades del planeta, las lecturas solidarias "ESCRITORES POR CIUDAD JUÁREZ".

Estas lecturas están convocadas en solidaridad con Ciudad Juárez, en representación de todo el pueblo de México y por extensión de cualquier otro rincón del planeta donde el miedo, consecuencia última de la violencia, es utilizado para imponer la voluntad y los intereses de los grupos de poder sobre los derechos y la dignidad de los pueblos y los ciudadanos.

En nombre del colectivo Escritores por Ciudad Juárez continuamos con esta llamada a la solidaridad y la movilización. Quienes lo deseen pueden remitirnos sus poemas o textos, alusivos al conflicto que padece Ciudad Juárez, que serán colgados en este blog y posteriormente utilizados en cuantos proyectos y publicaciones decidan los organizadores de las lecturas solidarias. Las colaboraciones serán colgadas como entradas, con el nombre del autor o autora, junto al nombre de la ciudad de donde nos escriben. Y cada nueva colaboración del mismo autor o autora será añadida a la primera de sus colaboraciones.

Dirección de contacto: poemasporciudadjuarez@hotmail.es

jueves, 2 de agosto de 2012

JUAN JOSÉ LUNA, Tijuana, Baja California


Nueve días

Cuando llegué del funeral habían pasado cuarenta horas de haberla encontrado y nueve días de haber desaparecido. Estos días pasaron lento, como si el tiempo estuviera congestionado. Al saber de ella la vida fluyó. A veces la muerte es un consuelo. 

Habían pasado cuarenta horas de haberla encontrado. Cuando llegué del funeral, me senté en la sala pensando que hubiera querido omitir el velorio: cremarla, poner sus cenizas en la urna, llevarla al cementerio y acabar con todo de una vez. ¿Sus cenizas? Un muerto no posee nada, sus cenizas no son suyas, son sus restos calcinados pero no son suyos. Ya no posee nada.

Tirado en la sala, veo bajo la mesa un par de zapatos; entonces lloro. Nueve días buscándola, cuarenta horas de haberla encontrado y yo sin llorar. Pero apenas veo sus zapatos, lloro. Y pienso que no hay nada más triste que los zapatos de alguien que recién murió. Pero no quiero llorar, me da vergüenza llorar: lo mío no es nada. 

No lloré cuando desapareció. No lloré cuando nadie, ni en su trabajo ni sus amigos sabían de ella. No lloré ante la indiferencia ministerial. No lloré cuando salí de casa, sin que mi madre lo supiera, para identificar un cadáver ni lloré en el trayecto a la morgue. No lloré cuando vi su cuerpo, ni lloré cuando regresaba a casa. Y cuado se lo dije a mi madre, ¿lloré? Tampoco lo hice. No lloré cuando fue a su recámara y después de un rato salió con un vestido en los brazos mi hermana. Ni lloré cuando le dije que eso no era posible. Nadie, ni ella, la vería. No lloré en el velorio cuando todos lloraban. No lloré nunca, pero ahora, apenas veo sus zapatos, lloro.

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