DESNOMBRAR
"Norte de mi afligido pensamiento"
Quevedo
:
a ella la llamaban persona
mexicana
morena
sin generales ni señas particulares
o con señas particulares como
cabello teñido
lunar en el rostro
cicatriz de cesárea
la llamaban
persona
del golfo o del pacífico
persona desaparecida o
persona ultimada o
persona últimamente vista
en inusuales compañías
se llamaba/ la llamaban:
hoy
–aparecida en los periódicos–
ya nadie la llama,
al menos por su nombre
nadie la vio
nadie le habló
¿cabello teñido?
¿lunar en el rostro?
¿cicatriz de cesárea?
¿del golfo?, ¿del pacífico?
nadie
ya no es nadie
es natural que nadie la conozca
:
pero a ella la llamaban adela, adelita,
ruiseñor hallado fuera de su jaula
la veían en el río
lavando su ropa y su cabello entre las rocas
lavando la sangre de sus hijos muertos
de sus pechos mordidos
lavando de su vientre, popular entre la tropa,
las estrías de la revolución
la llamaban adela, adelita,
pero murió sintiéndose maría magdalena,
maría isla para hombres de sombra,
una joven desposada por las constelaciones
la llamaban adela
pero era juana la loca, indultada por sus pesadillas,
juana de arco en la hoguera del maguey y la canícula
su piel morena era rubia
entre los cuerpos tostados por el plomo
sus nombres eran varios,
y su cuerpo, aunque dador de vida, era uno y era mortal
a sus hijos de adela, de adelita,
los mataron afuera de un cine
de una tienda de raya
de una estación de trenes
en un semáforo en rojo
los mataron a ellos
y a su padre
y a los padres de ellos
porque ella era maría, adela, adelita, y juana y maría
magdalena, o eso dicen;
corrieron como sangre los rumores
murió en su revólver su madre,
en su puño su hermana
y su hermano en su víscera sangrienta
[dijera vallejo]
y los gringos
todos ellos
mirando desde la frontera
y los bañistas
todos ellos
mirando desde sus albercas
antes de hundirse en el rojo profundo del pacífico
adela, la llamaban adela, adelita
mientras la violaban sujetando su cráneo entre las rocas,
mientras lavaban de su pelo baba y sangre
para llevarla presentable a su propio funeral
maría, juana, adela, la llamaban santa
y la indultaban, frente a la hoguera de sus pesadillas,
otras santas mujeres
y otras santas personas
mirando desde sus altares
:
luego de parirlo –sangre de su sangre–
su sexo se volvió una cicatriz,
herida clausurada
(a él lo llamaban
por distintos nombres
porque era pescador)
y cuando alguien pregunta por el hijo
ella apunta hacia el mar como si éste lo fuera
y hunde su tacto en él para abrazarlo
a su hijo, o en lo que él se transformó,
por el golpe del mar y la sed los cardúmenes
(en una de sus pesadillas
la lancha es el anzuelo,
él mismo la carnada
y la tormenta un pez que los devora)
la madre,
la sola vida es una herida
para ella
quiere poner su dedo en esas llagas:
las grietas de la sal que carcomió su rostro,
la astilla de los huesos rotos por las rocas,
su carroña bullendo a la deriva
quiere al menos tocar su corazón
a través de la herida de una bala
a ella la llaman
señora
pobrecita señora
porque cuenta sus sueños
porque acaricia el mar
porque prefiere muerto que desaparecido
pobrecita señora:
su hijo es la carnada
de un dolor que la devora,
de una herida que no tiene cicatriz
:
a ella la llamaban saigón,
la llamaban princesa vietnamita,
la llamaban desde el río perfume
a cenar y a dormir
sin recibir respuesta
la llamaban amarilla
y la llamaban roja
la llamaba, su padre, estrella de verano,
la llamaban, amantes, fruto del amanecer
acostada de espaldas en el piso,
teñida de lotos junto al río perfume
ella los recibía
rodeaban sus pequeños muslos manos imperiales
acostada de espaldas en el piso,
oscura como mota de algodón ensangrentada,
mira temblando el rostro de sus enemigos
y susurra
shoot me
shoot me
con los ojos rasgados por los matorrales,
por la luz filtrada como el ojo del francotirador
y lo dice en la cama
shoot me
en negros edificios incendiados
shoot me
en clínicas de metadona
shoot me
dispárame
la llamaban comedor donde los ciegos beben el aroma;
la llamaban saigón, ciudad sitiada;
la llamaban perfume, río de su propia sangre
pero era sólo una princesa vietnamita:
mis manos la alzaban como a un rifle
cuando nos amábamos
dispárame en la boca, decía,
o en el corazón, decía,
o en el vientre que no tendrá, decía, que nunca más tendrá
y temblaba mientras la sangre
recorría su cuerpo por última vez
sus enemigos la miraban
la maldecían, la escupían amartillando el arma,
pero ella estaba casi muerta y pedía la muerte
en sus sueños la rodeaban tropas imperiales,
y además los cristales, los casquillos de bala,
las ruinas incendiadas,
y las bombas cayendo como auténticos frutos del amanecer
la llamaban saigón,
la llamaban princesa vietnamita,
o la llaman, todavía, desde el río perfume
a cenar y a dormir
sin recibir jamás respuesta
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