El “Come tierra”
Aquella semana había empezado un nuevo curso para los
chicos del pueblo. Luisito y Pepín iban juntos camino de la escuela. Al
llegar a la altura de la vaquería del señor Raúl observaron a un niño
que, sentado en la puerta de entrada, tenía la cabeza entre las piernas y
parecía estar llorando.
—Parece Mario el niño extranjero que llegó ayer a la escuela, —comentó Pepín.
—Sí. Los libros que están por el suelo son como los que tenemos en clase para estudiar, —observó Luisito.
Se acercaron al chico, que no advirtió su presencia
hasta que Luisito le tocó ligeramente en un hombro, para interesarse por
el motivo de sus lágrimas.
—Iba contento a la escuela —les dijo entre sollozos—,
cuando al pasar por delante de una casa salió un perro ladrando. Me
asusté y eche a correr, me caí cerca de un charco de agua y los libros
se me ensuciaron. Lo peor es que el cuaderno, que tenemos que llevar hoy
a clase, se cayó al charco y se ha mojado entero.
—Si se lo dices a la maestra, seguro que no te dice nada y más tarde puedes comprar otro.—Trató de consolarlo Pepín.
—Pero es que mis padres no tienen dinero. Los libros y el cuaderno los compré con el dinero que les dejó una vecina.
Los niños se quedaron mirando para el cuaderno,
completamente ablandado y con sus hojas pegadas por el agua. Mientras
Pepín, que no sabía qué más decirle a su compañero, trataba de limpiar
los libros del polvo del camino, Luisito miraba y remiraba el cuaderno y
echaba furtivas miradas al bolsillo derecho de su pantalón.
—No llores, ya verás como todo se arregla, —dijo
Luisito ayudando a Mario a ponerse en pie—. Te ayudamos a recoger los
libros y limpiarles el polvo y nos vamos los tres a clase.
En la plaza de la escuela, Luisito se acercó a algunos
amiguitos y habló con ellos en voz baja. Todos metieron las manos en los
bolsillos y comenzaron a enseñar las pocas monedas que sus padres les
habían dado para comprar chucherías en el recreo. El niño reunió todas
las monedas y echando a correr hasta la tienda de Elvira salió de ella
con un cuaderno nuevo que entregó a Mario.
—Toma, ya tienes cuaderno, —dijo.
—Gracias... a todos. —dijo Mario llorando ahora de emoción.
En clase, la señorita Ana les estuvo hablando de los
animales salvajes. Les enseñaba fotos y los niños competían entre ellos
para ver quién era el primero en decir el nombre del animal. Los
conocían todos menos uno muy raro que no habían visto nunca.
—En mi país lo llamamos “come tierra” —dijo Mario.
—¡Niños! Silencio —exclamó la señorita para que dejaran de reírse de la ocurrencia.— Mario, sal al encerado y explícanos eso.
El animal se pasaba el día escarbando en la tierra y comiendo
bichitos que desenterraba, explicó Mario un poco cohibido por las risas
de los otros niños. La maestra dijo que se llamaba oso hormiguero y se
alimentaba de hormigas que capturaba sacándolas de los hormigueros con
su larga lengua. Asombrados, los demás niños hicieron muchas preguntas a
Mario que se pasó toda la mañana contando cosas a sus nuevos amiguitos.
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