ODA MARGINAL
No soy hombre,
no soy mujer.
Soy un ser que vela
las armas tercas
de la dignidad y la ternura.
Cuando el atardecer anuncia
la hora de sembrar sueños
en los surcos blancos de la mañana
me dispongo a dormir al raso,
entre los insectos del desprecio
y las lombrices de la prepotencia.
No quiero que nadie manche los sueños.
No quiero que nadie,
con su conciencia ética puesta al revés,
como un calcetín de colores obscenos,
contamine uno sólo de los rayos de la luz
que regala el horizonte
entre las aguas limpias del alba.
He de acunar las olas de la esperanza.
He de brindar, al reflejo de la luna,
por la felicidad desnuda
para que el cofre de la dicha
vuele en la cometa de la vida,
y a medida que se suelta el hilo,
el coro de abrazos incontenidos
escriba en letras de cristal
tu nombre,
el mío,,
y el nuestro,
como una muestra de amor,
como una manifestación de corazones encendidos.
Pero yo sé que en cualquier momento
van a morir mis besos.
Sé que en algún lugar
de esta sombra evanescente
se agazapan, con astucia,
las empresas de ingeniería que diseñan,
concienzudamente,
la desdicha.
Sé que en los pliegos del surco,
ante el que velo estas armas
de dignidad y de ternura,
se esconden los micrófonos ocultos
de palabras y deseos malditos
que contaminan la dulzura
con sus brutales instrumentos de tortura cotidiana.
No soy hombre,
no soy mujer.
Soy un ser que abre sus branquias
al agua salada del sufrimiento ajeno
y en un acto de solidaridad
acuno el arco iris,
me zambullo en las notas
de una melodía perfecta,
y transporto miradas recias
hacia la encrucijada del tiempo.
Pero sé que no es suficiente
con paliar la furia de los buitres.
El viento de la desesperanza
entra por las rendijas de la injusticia,
por los poros de la desigualdad,
por los socavones negros de la violencia,
y se adueña, con su orondo arco de triunfo,
del reino de las sombras.
Pero porque no soy hombre,
ni soy mujer,
porque soy un ser
que ama,
y lucha,
y sueña,
seguiré alerta hasta que llegue el alba,
velando las armas de la dignidad,
de la ternura,
antes de que la guadaña
de la indiferencia
amontoneayes verdaderos
sobre los almidonados gritos del mercado,
antes de que la turbia escarcha
de sonrisas congeladas
lance sus dardos de dominio
sobre el mástil falso de la mera apariencia,
antes de que el último suspiro
de la discriminación de cuello blanco
y corbata con aros de serpiente
se filtre por la agonía de la primavera.
Si me prometes no ser hombre,
no ser mujer.
Si me prometes solo ser,
sin engañosas intenciones
de blindar el corazón
a base de doblegar conciencias…
Si me prometes la lealtad de ser
sin extrañeza de haber nacido al alba,
te enseñaré el secreto abisal del mar en calma,
te ayudaré a otear el resplandor
que mueve montañas.
Tú estás aquí,
al lado,
y yo te invito a que veles conmigo
las armas de la dignidad y la ternura,
la llave de la puerta
que da acceso al ser,
sin ser –valga la redundancia-
otra vez hombre,
otra vez mujer,
avasallada.
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