“Me miro, he muerto. Me pregunto qué delito cometí:
Soy mujer”.
Podría ser mi hija, o tú, mi amiga, o tú, tú, mujer…
Mujer, solo mujer.
¡Solamente por ser mujer!
María, Juana, Elisa, Sara, Isabel, Lupita, Irene… quinientas, seiscientas…
Incontables.
Muertas.
Por el delito de nacer mujer en Ciudad Juárez.
(Y pobres.)
Cómo pronunciar la palabra “hombre” y no sentir ira.
Ese puro macho mejicano de Ciudad Juárez, ¿dónde se esconde?
Caigo en la tentación de gritar, ¡maldito el vientre
que te crió y los pechos que te amamantaron!.
Pero me avergüenzo con tristeza por la maldición
que alcanza a una mujer, víctima de engendrar
una serpiente como tú, ¡asesino!
De engendrar a esa legión de incomprensibles hombres-serpientes
apoderados del poder para ser cómplices del feminicidio.
¿Adónde voló el águila de tu bandera, Méjico lindo?
¿Cayó la serpiente de tus garras y tu pico sobre Ciudad Juárez?
¿Por qué has desaparecido, Águila de Justicia, dejando este bendito país
a merced de semejantes bichos?
¡Mujeres muertas, estoy aquí!
Mujeres vivas, madres, hermanas, hijas... ¡estamos aquí!
¡Hijos, padres, hermanos… somos mujeres, os dimos la vida y la luz!
¡No nos la quitéis!
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