Cruces rosas
Fue en la noche, quizá para que nadie viera nada, o en el día, donde
todos miran cosas que no ven. Así fue nuestra partida: veloz,
repentina, no deseada; algo que pasó y no pasó; recuerdo joven de casi
veinte años, vivo en la memoria de quienes nos aman; muerto en los
archivos judiciales de quienes sólo voltean a vernos cada seis años.
Esos sordos reclamos de justicia plantaron, regaron y mantienen vivos
esos bosques rosas: árboles femeninos de brazos abiertos que alzamos
la vista al cielo personalizando la pregunta universal: ¿por qué?
Los ecos de nuestra pregunta se pierden en las tierras donde fuimos
encontradas; tierras sembradas de nuestra vida muerta; tierras de
dueños callados y calladores, ventrílocuos de chivos expiatorios que
pagan culpas ajenas.
Nosotras, buscando un futuro, vivimos el presente imperfecto y oscuro
de no estar en este mundo, arrancadas de nuestras vidas, mutiladas de
nuestros afectos, gritando con una voz que nadie oye.
Somos las cruces rosas de Ciudad Juárez, ánimas de un purgatorio que
no merecimos, presas en una cárcel de muerte donde pagamos el solo
delito de ser mujeres. Somos las muertas de Juárez, multiplicadas por
la violencia: muertas de Michoacán, muertas de Sinaloa y el Distrito
Federal.
Nuestra pregunta también se multiplica y las respuestas aún no llegan
¿Cuántas mujeres más? ¿Cuántas cruces rosas y olvidadas más?
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