Carta de amor abierta desde Ciudad Juárez
Me
llamo Lidia, veinte años y estoy muerta. Mi amor me busca
enloquecido para enterrarme pero ya estoy enterrada, ya estoy muerta.
Me busca como bosnio en Srebrenica, como los españoles derrotados
buscan todavía a sus muertos tras años de ignominia.
Pero
yo estoy muerta. Desaparecida dicen pero muerta. El sol abrasa mis
huesos desnudos y la arena del desierto los afila como cuchillos, el
viento los esparce y aplasta bajo un cielo inmutablemente azul. Mis
huesos y mi lisa cabellera como brasa de carbón encendida hasta la
cintura.
Él
me busca en la morgue de paredes sucias de cal, en los patios
traseros de los prostíbulos, entre el desecho que se acumula a la
puerta de las maquiladoras, en los márgenes desdibujados de todos
los caminos, por lechos resecos y torrenteras, en el nido del buitre
o la guarida del chacal. En los pozos cegados de olvido. Allí me
busca pero habéis de saber que yo estoy muerta.
Pronto
empecé a morir pues quién puede asegurar que fuese vida una
infancia abrillantando con paciencia y talco las joyas de la señora,
puliendo interminables espejos de azogue, preparando limonada noche y
día para las visitas en el cenador, bajo los mosquiteros. Mi madre
era cocinera y yo una niña esclava en aquel caserón despiadado, sin
alma.
Seis
años peregriné por las maquilas hasta que me trajeron aquí, no
diré cómo pues ya estaba muerta. Hay un vocabulario envenenado que
me golpea la cabeza y se me atraviesa en los dedos en carne viva.
Insumos, programa bracero, arancel, importación, exportación,
tráfico, agente federal, narco-territorio, multinacional,
transnacional, subcontrata, operación, parque industrial,
ensambladora, arnés, componente electrónico, carga, descarga,
pieza, camión, libre comercio, trata, beneficio, mano de obra
barata, menor de edad, un televisor cada tres segundos, un computador
cada seis, gringo, tren de la muerte, frontera, chatarra, patrón …
eslabones de una cadena que te ata al tajo catorce horas al día,
aguantando la respiración y la orina para que no te castigue el
capataz.
Más,
más, más, rápido, producción, más, más, más ¡hasta morir!
Zenith,
Siemens, Ford, General Motor, Crysler, Johnson and Johnson, RCA,
Thompson, Philips… más eslabones de la cadena que nos ata a la
miseria y el infortunio aunque encarnen los sueños de tantos,
allende la frontera.
Más,
más, más, rápido, producción, más, más, más ¡hasta morir!
Pero
ya estoy cansada de estar muerta, recostada sobre este lecho de
arena que se mueve con las dunas. Demasiado joven. Harta de mirar al
sol, harta de esta luz que no es luz si no te deja ver. Dame la
mano, amor, que ya es hora. Recogeré mis huesos afilados como
cuchillos, uno a uno, alisaré mi cabellera hasta la cintura, negra
como el carbón y volveremos a la ciudad.
Volveremos
todas. Desde Lote Bravo y Sierra del Valle, desde la Granja de Santa
Elena, desde el Cerro del Cristo Negro, Puente Libre o las Lomas del
Poleo.
Y
pediremos cuentas. Despertaremos de la siesta al gobernador
protegido entre pistolas, al jefe de policía ocupadísimo
peinándose el bigote ante el espejo , al obispo y al juez haciéndose
las uñas tras el confesionario o almidonándose la toga para subir
al estrado y subvertir la justicia, al capitalista que cuenta
billetes en su sauna privada rodeado de excesos, al narco envolviendo
su alijo como ayuda humanitaria. A procuradores, comandantes y
congresistas pediremos cuentas. Que ya es hora.
Que
la muerte no siga alimentando nuestro miedo.
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