a ti que jugabas con la tierra
a ser la parte indivisible del barro.
A ti que te escondías para descubrir, en los labios,
los secretos del asombro,
la voz de la primavera entre los dientes y el beso.
Nunca llegaste más tarde de la alegría,
ni tan siquiera fuiste la cenicienta,
aquella de los ojos claros y el corazón ausente.
Tu cometa nunca subió a lo más alto del vuelo,
ni construiste castillos de mazapán sobre la mesa.
Nunca tus labios recorrieron el improperio
más allá del silencio acristalado de tu casa.
Pero te llevaron a la selva más amarga de la noche,
donde las hienas de voz en sangre
lamen, a sus presas, antes de devorarlas.
Tomaron, de tus carnes, la más adolescente,
la carne más urgente de tu cuerpo de niña,
y hundieron el deseo en tus senos blancos
también la saliva y el improperio
probaron, entonces, de tu cadáver el tacto perdido.
Nadie te destacó entre las sombras
pero tu cuerpo mancillado tiritó
sobre la tierra fría del crepúsculo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario