La
dulce herida de estar vivos
Éste
es el día en que llega
la
ácida primavera,
en
que es dulce la herida
de
estar vivos.
Blanca
Varela.
Luz
cuchillo
las
heridas llegan
camufladas
en papel celofán
o
en el tibio recorrer de la lluvia
la
vida es un temblor de sales
que
habita en la orilla del sueño
una
mentira que palpita en los poros
la
dulce herida de estar vivos
contemplarnos
en los espejos de viento
manojo
de penas que tambalean en el aire
derrame
de savia inerte
torrente
oscuro prendido en nosotros
crece
como
un bostezo que hace crujir el viento
nos
zambullimos en el como en un pozo frío
nos
ahogamos con sus tentáculos metidos en la boca
con
sus manos lapidarias adheridas al cuello
con
sus dedos de estupro que pinchan los ojos
con
su golpe de años que muele los huesos
con
la última herida que nos quiebra el ánimo
y
caemos
poco
a poco
en
un vacío
que
nos tritura
en
una molienda de sueños y saliva caliente
tragados
por la inmensidad astral del tiempo
nos
volvemos burbujas tocadas por las espinas
del
sol
explosión
serena que mancha el día
polvo
que horada las sienes
pisadas
que aplastan el vórtice del olvido
nos
deshacemos heridos de amanecer
con
las astillas de cielo metidas en las pupilas
respiramos
la soledad que delira la ciudad
que
se ahonda en el pregón de los árboles quietos
o
en la oquedad de la noche bifurcada sobre nosotros
nadie
camina esta calle
solo
un farol tembloroso parece vivir
y
un puñado de estrellas pintadas en el aire
cantan
un réquiem por los días muertos
luz
que salta muros
luz
que rompe fuente
desperdigada
entre las piernas de los edificios
que
se yerguen como fantasmas sembrados en los adoquines
sortilegio
de melancolías que avanza entre nosotros
como
perchas alumbradas de espanto nos engancha
y
nos sube su quejido de ruinas intensas
por
el paisaje crepuscular de nuestros cuerpos
enraizándose
cardumen
de gritos que nos hiere
dulce
herida
y
la sangre que se seca en las puntas de la aguda existencia
arsenal
que nos rompe el pecho
heridas
como monstruos que espantan los ápices de vida
heridas
levantadas en armas que avanzan salvajes
heridas
como puertas que encierran latidos antiguos
somos
un hato de sobrevivientes que gastan
miradas
de nicotinas plagiándose asombrados
entre
el rumor de los cuchillos y el sabor a sangre que brota del asfalto
viéndonos
mientras
tragamos el miedo
que
amorata los pliegues fermentados de pistilos lúgubres
hilvanando
en la piel una andanada de luces que la marcan
que
reavivan
la
dulce herida de estar vivos.
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