1
Deseas que tu vida florezca
con la aurora del dibujo de tus verbos,
que llegue vestida del laurel de bucles
del ángel azul de tu memoria -que no erradicó el olvido-,
mas siempre antecede el dolor desde la infancia
-tan desnuda
tan sola
tan vacía de afectos
tan despoblada-
con una aguja de silencio clavada en las entrañas.
Los recuerdos ya no te encienden,
te enmudecen las heridas, tantas,
tan abiertas; los pronombres te congojan con
equívocos; en la espiral de tus ensueños revives
tu antigua historia que contarla ya no aciertas,
juras no volver a confiar un nuevo amor
-<<no ocurrirá>>, te dices-
y sigues viviendo
tan sola
tan absolutamente sola,
con el miedo a una parálisis de voz y ensueño.
Que se precipite
-suplicas-
el postrer momento del segundo sin retorno
porque la vida se te ha quedado atrás
-eso dices-
que ya no te pertenece,
que aletea detrás de los cristales,
y aunque no has envejecido más de lo preciso
presientes tu vida como un hilo
hecho a tu medida, a tu abandono.
Déjate suceder
en el orden quebrado de las horas,
te urge ganar espacio a la sombra
-inmensa, poderosa-
abrazada a la nada,
todo es soledad.
Quiérete,
no tengas el alma despegada de ti;
vive haciéndote, rehaciéndote,
álzate desde la nada en que te encuentras,
créete la única mujer a quien le escribes,
le lees, le sufres y le permites
que te acompañe hasta encontrar
tu propio latido,
vida.
tu
posible
es
que
2
En el espejo de otros ojos tu mirada,
tus palabras al aire;
tus manos, tus labios, tus ojos,
tus verbos, en el definitivo viaje
sin retorno desde tus raíces, que te arrastra,
te mueve, haciéndote crecer;
te das cuenta de que ya no encajas,
que eres una inadaptada, una desahuciada,
que te vas perdiendo poco a poco
en una soledad definitiva, la tuya;
las inquietudes, los desvelos,
los tiempos ya cumplidos,
las luchas a corazón abierto, los amores,
las madrugadas inmensas sin respuestas
en la noche poblada de todos tus nombres
ya cicatrizaron;
porque no deseas nada material,
porque reniegas las coronas, los halagos,
porque abominas la envidia, la maldad, el juicio ajeno,
porque desoyes el ruido vacío de los cínicos,
porque has renunciado a la vanagloria,
porque no crees en el éxito, ni en el poder, ni en el dinero,
porque abominas de los malditos y tóxicos indiferentes
que venden a su hermano para salvarse;
porque no quieres nada de nadie
que no sea la ternura, la bondad,
el amor de los amigos, la risa compartida,
con el equipaje de tus pústulas de mujer
crecida en el barro has iniciado tu camino en el exilio;
aunque en la misma fragua, inicias tu nueva vida,
atravesada la frontera; tu mundo de amor
te ha aferrado a la luz, todo es luz.
3
El latido del ángel no llegó
junto a la soledad sin el reverso, plácido;
de la dejación, del atisbo, izando la enseña
de la muerte, los desleales acercaronse
con sus paradojas, con su desazón, mas
no lograron darle sentido a su vacío.
Descubierta la luz
sobreviviste a tu permanente zozobra;
fija la mirada, el alma en alerta
-tal vez hoja de hierba desde el escorzo-,
no caíste en la desesperación.
El ángel, desde las disonancias,
engendró las formas al elegirte.
Pudiste contemplar desde el nuevo acorde
la transfiguración de todas tus cuitas,
la nueva soledad de la mujer
crecida por las lágrimas,
la esperanza que la luz nos trae,
el alma de tu expansión en la palabra
-aún vestida de penumbra-
emergiendo en el verdadero silencio.
Vencido el recubrimiento alabastrino,
rasgado el velo de escarcha, el latido
del ángel dijo a la mujer: nace;
nacida la mujer, el ángel dijo al verbo: desnúdate;
desnuda la palabra, el ángel dijo a la mujer: vive,
y la mujer fue consciente de su nueva cadencia.
Comprendiste la bondad en todas las brisas
de amor impregnadas, nunca más te hallaron.
Aferrado a la luz comenzaste a quererte;
consciente de la autoridad de tu propia ley
iniciaste tu vida en el exilio.
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