Vendrán.
Era la migra.
El río nacía por el refugio,
tenía hijos y madre.
La zona húmeda de charco y lodo.
La zona baja con corriente.
“Estos días que llueve y que sube la crecida,
había una vaca y un animal vivo.”
El sol dormía en el agua;
luego el discurso de la sed.
Cuando volcó el lodo salieron los huesos:
¿Eran mexicanos?
Dos cráneos blandos con un hoyo en la cabeza.
“Eran piedras”, dijo el niño.
Blancas, brillaban con las lámparas.
Las osamentas sin hijos, sin padres.
“Te extraño tanto, vuelve.”
La hoja podrida flotaba
y nadie la podía leer.
Un cuervo bajó a picotear el cieno,
ciego, el cuervo, hendía con sus uñas en blando.
La boca del viento comenzaba a silbar;
el cuervo hizo el pico amarillo para emitir un grajeo.
“Los peces están reposando y el pajarraco saca sus esqueletos;
luego, halla la hoja hermosa de sol.”
Te extra... vuelve.
Un día, éste será un cementerio sin agua:
las criptas estarán adornadas con coronas de flores rojas
y los pájaros flotarán como si hubiera corriente.
El paso del norte hace el futuro en una polvareda: sin osamentas.
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