EL VIENTO QUE NUNCA CESA
Silban las balas del odio;
huye el viento de costado;
y vuelan de esquina a esquina
las hojas rotas de un árbol.
Crece el silencio en las calles;
alzan su voz los poblados;
y entonan a coro un réquiem
las estrellas y los pájaros.
Sentados en el umbral
de un repugnante fracaso,
se hacinan por mil los gritos
con una cruz en los brazos
aguardando la llegada
de María del Rosario,
de Yanira y Adriana
de doce y de quince años,
de Enedina y Guadalupe,
de las niñas Alvarado,
y de cientos de mujeres
con la vida bajo el brazo
que salieron de mañana
a laborar en los campos,
sin saber que las pistolas
tiraban de los arados
resembrando, surco a surco,
semillas de camposanto.
A orillas de la pobreza
y ultrajadas en los antros,
fueron el punto de mira,
por su inocencia y su encanto,
y elegidas como víctimas
de impunes asesinatos.
¡Mujeres, mil, de Juárez!…
¡Regad las cruces con nardos
y ofreced el sufrimiento
para acallar a los “machos”
que rellenaron de muertos
los sitios de Lote Bravo
y del Campo Algodonero
con su valor depravado!
… Que el viento que nunca cesa
soplará limpio y solano.
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