Hay mujeres que escriben
sobre lo necesario,
lo pretérito, lo occipital,
el tuétano de los huesos,
la intransigencia de los torturadores,
las alas partidas de los pájaros.
Y una mujer en concreto,
esa mujer que aparece
enredada entre los edificios,
en las calles que atraviesan
ríos de gente que grita,
se revela, se aposta contra las sombras,
delata a los verdugos.
Esa mujer que siempre se desnuda
como quién se desviste de hules
o se descalza de sapos.
Esa mujer, en especial esa mujer,
sí, esa precisamente,
tiene la potestad de alumbrar
en cada segundo y en cada poro de la tierra
todas las luces de todos los hombres que la buscan,
de todos los niños que se perdieron alguna vez
entre las mujeres que siempre escriben,
que no cejan en la palabra y el grito,
porque conocen del agrio sabor de la vida,
los reductos insalvables de la rebelión.
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