EN EL PAÍS DE LOS AHORITAS
En el país de los ahoritas
hay un mundo subterráneo
poblado por subalternos, obreros,
cholos que solo tienen diez pesos
para ir y volver a casa.
Los ahoritas comen bajo tierra,
duermen bajo tierra,
escuchan música, leen bajo tierra,
se peinan, se pintan los labios,
se besan y tal vez hagan el amor bajo tierra.
Los ahoritas, para animarse,
antes de salir de debajo de tierra dicen:
¿Qué onda güey?
Muy padre, ándale.
Porque el mundo exterior
es un hervidero de puestos de comida
y plásticos azules y amarillos
donde los ahoritas cocinan tortas de maíz
con carne de cualquier cosa muerta
y limón,
y chile,
y una grasa que se puede cortar en el aire
y una contaminación que se puede cortar en el aire
y una pobreza que asoma solo por contraste con los ricos
que nunca bajaron hasta aquí.
Sin embargo, en el mundo subterráneo
no hay diferencias de clases,
allí todos son pobres,
por cada rico que sale en las revistas del corazón
hay cuatro millones de pobres
que solo saldrán en los periódicos
como cadáveres o chicas desnudas,
Guadalupe y mafias,
sexo y muerte,
chamba y chingadera,
esas son las únicas verdades
en las que creen los ahoritas,
y, sin embargo, es hermoso el país de los ahoritas.
Con todo, yo amo ese país.
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