Y la noche dejó paso al alba de la madrugada,
cuando María, Daniela, Cristal y otras muchas más,
abrieron sus ojos a la tímida luz de la mañana.
Era tan difícil luchar.
Enajenación y locura rodeaban el lugar.
No podían, ni siquiera imaginar el miedo.
Fue, un simple cromosoma lo que las sentenció,
siendo maltratadas de por vida,
ávidas al fino chuchillo de la ira y cobardía.
Hombres impotentes, vestidos de hiel, protegidos por capas de hielo, fríos e inertes.
-Y ellas gritaban-:
¡Señores del mundo, ustedes que pueden, hagan algo, paren esto!
Sus gritos rasgaron la noche surgiendo finos girones de silencio.
El alba se había marchado y la noche se adueñó del miedo.
Mañana, María ya no abrirá sus ojos a la tímida luz de un fugaz lucero. María, ya no será acariciada por el suave beso del cálido viento.
Mañana, sólo quedará su recuerdo custodiado por un nombre:
“el del silencio”
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