La sangre balbucea una nana de sombras
a las viejas niñas de vagina suturada
mientras las ratas horadan la conciencia
y salen a vendimiar los vecinos asesinos.
Un bosque de cruces, un osario de lamentos.
El canto quedo de los niños ahogados.
¡Qué gritan los espejos rotos del paisaje!
Ciudad Juárez, Ciudad Juárez, Ciudad Juárez.
Sangre que dibuja el roto encaje del miedo.
Mujeres mitad ave, mitad flor.
La luna juega al escondite con las cruces
para burlar la muerte mientras los perros
ladran su angustia a las hojas de otoño.
Los montes pelados imploran vanamente al sol.
El hombre sin ojos, armado de estilete,
pinta flores rojas en los cuerpos femeninos.
Las cifras se musitan como cuentas de rosario.
Matanza de ángeles con la luz del alba.
Vamos, cava al pié de la cruz negra
labrada sobre la tapia del cementerio.
Es la noche del ajuste de cuentas.
¡Quieto! ¡Quién llama!
El amargo llorar de una niña
aferrada al osito de serrín.
Pero vendrá el tiempo de tu boca.
Entonces, en los dedos
florecerán de nuevo las caricias
sobre los cadáveres de piedra pómez.
Como corceles desbocados,
los sentimientos recuperarán su sentido.
Y la lógica cerrará su puño enérgico
apaciguando los odios sempiternos
para que las mariposas puedan, una vez más,
dibujar los colores del cielo.
Carlos Boves
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