Desde el 1 DE SEPTIEMBRE DE 2012 hemos venido celebrando en numerosos pueblos y ciudades del planeta, las lecturas solidarias "ESCRITORES POR CIUDAD JUÁREZ".

Estas lecturas están convocadas en solidaridad con Ciudad Juárez, en representación de todo el pueblo de México y por extensión de cualquier otro rincón del planeta donde el miedo, consecuencia última de la violencia, es utilizado para imponer la voluntad y los intereses de los grupos de poder sobre los derechos y la dignidad de los pueblos y los ciudadanos.

En nombre del colectivo Escritores por Ciudad Juárez continuamos con esta llamada a la solidaridad y la movilización. Quienes lo deseen pueden remitirnos sus poemas o textos, alusivos al conflicto que padece Ciudad Juárez, que serán colgados en este blog y posteriormente utilizados en cuantos proyectos y publicaciones decidan los organizadores de las lecturas solidarias. Las colaboraciones serán colgadas como entradas, con el nombre del autor o autora, junto al nombre de la ciudad de donde nos escriben. Y cada nueva colaboración del mismo autor o autora será añadida a la primera de sus colaboraciones.

Dirección de contacto: poemasporciudadjuarez@hotmail.es

jueves, 2 de agosto de 2012

BERNARDO DE JESÚS SALDAÑA TÉLLEZ, Tijuana, Baja California


Bosquejo de la Frontera
En mis delirios me pregunto qué tienen en común Tijuana y Ciudad Juárez, dos ciudades tan iguales y tan distintas. Tijuana, entre lomeríos, entre casas asomándose al precipicio con riesgo de resbalarse y sus edificios modernos levantados al cielo. De ciudad Juárez tengo otras memorias, igual de importantes pero distintas. Un día fui llamado por el destino, porque algunas de las similitudes que tienen Tijuana y Ciudad Juárez son sus rituales de vida y muerte, una cultura propia de la frontera donde el dolor y la música se parecen, donde las cruces al lado del camino tienen el mismo significado, ya por sus mujeres anónimas, una paradas y otras acostadas para siempre. Trata, tráfico y muerte son común denominador, pero hay otras similitudes de igual fuerza, en ocasiones perversas y en ocasiones de sobrada bondad, sin embargo en todos los casos, el reclamo es el mismo.

Fui a Ciudad Juárez por mi cuenta, por carretera desde Tijuana, y al llegar, un día antes del evento, ya me esperaba el presidente de la Comisión de Gobernación de esa ciudad, Ramón Dévora Miranda. Al otro día, el miércoles 25 de febrero del 2009, la ciudad amaneció acordonada, con tanquetas y helicópteros repletos de militares, con los Secretarios de Estado que integran el gabinete de seguridad y el Presidente. Cerraron el aeropuerto por amenaza de bomba, se sentía como en la Tijuana de esos días, era un aire denso y el palpitar del corazón era más fuerte pero más lento, se agudizaba el sonido, el silencio retumbaba más fuerte que las palabras y mientras el presidente Calderón anunciaba más balas, más pistolas y más cárceles; dije que ya no podíamos tener presos cuando les hemos negado todas las oportunidades, lo repetí por la tarde en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, ante alumnos de sociología, en conferencia parecida que nos organizó la maestra Leticia Castillo Quiñónez. Al paso del tiempo, de los meses, me entere que un alumno salió herido de bala, un sociólogo que vivió para narrar una manifestación por la paz, para describir las luchas incansables. Así se resume el anhelo por la vida, la justicia, y la libertad, porque a nadie le gusta estar encerrado en su propia casa. Vivir así no es vida. Fui por el desierto, por horas en carro sin dar vuelta, y luego al Norte, a Magdalena de Kino, pasamos por esa tierra donde siglos después otro apóstol de esos lugares llegaría a Tijuana, como Cristo ante Pilatos. Después Cananea, entre una zona montañosa, con grandes rocas, pinos y nieve, porque había nevando y comencé a ver los techos de lámina, las vías del ferrocarril, la lucha de los obreros como hace un siglo cuando comenzó la Revolución, y luego de nuevo más al Norte, entre curvas más cerradas y luego Janos, un gran valle donde se pierde la vista en el infinito y no se ven cerros, salvo trocas grandotas y se venden quesos deliciosos de vacas que nunca vi. Otra vez rumbo a la entonces ciudad que alguna vez se llamó Paso del Norte, y por ahí vi una casa perdida en la inmensidad, al pie de la carretera de dos carriles, por patio tenía toda la esfera terrestre, sin cercos y sin límites de propiedad, sin vecinos y sin animal domestico, tuve que regresarme a verla con detalle, la paredes surgían de la faz de la tierra y las paredes entraban como raíces y tronco, luego una ventana donde un niño y una niña veían pasar los carros, se divertían al saludar por la ventana a un loco que iba en camino a decirle al presidente que estaba más loco. En Tijuana y en Ciudad Juárez respiré ese aire que cuesta trabajo digerirlo y luego nos obliga a dormir en el suelo, para mejor digestión. Vi el tatuaje en cuerpo y alma, en la misma memoria; la violencia a la mujer en grado de ofensa y muerte, la maquiladora y sus mujeres que reviven cada domingo; el migra; el Jaipo; el encapuchado del orden y del desorden, los cárteles políticos y otras organizaciones con música de banda para entonar a Wagner, los sonidos musicales, en trocas y en trenes, convertidos en cifras, en productos residuales de una cultura que se niega y se reafirma, que se encuentra y se abandona todos los días, en grado indistinto de gusto y pesar. Tijuana y Ciudad Juárez, realidades paralelas.

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