Desde el 1 DE SEPTIEMBRE DE 2012 hemos venido celebrando en numerosos pueblos y ciudades del planeta, las lecturas solidarias "ESCRITORES POR CIUDAD JUÁREZ".

Estas lecturas están convocadas en solidaridad con Ciudad Juárez, en representación de todo el pueblo de México y por extensión de cualquier otro rincón del planeta donde el miedo, consecuencia última de la violencia, es utilizado para imponer la voluntad y los intereses de los grupos de poder sobre los derechos y la dignidad de los pueblos y los ciudadanos.

En nombre del colectivo Escritores por Ciudad Juárez continuamos con esta llamada a la solidaridad y la movilización. Quienes lo deseen pueden remitirnos sus poemas o textos, alusivos al conflicto que padece Ciudad Juárez, que serán colgados en este blog y posteriormente utilizados en cuantos proyectos y publicaciones decidan los organizadores de las lecturas solidarias. Las colaboraciones serán colgadas como entradas, con el nombre del autor o autora, junto al nombre de la ciudad de donde nos escriben. Y cada nueva colaboración del mismo autor o autora será añadida a la primera de sus colaboraciones.

Dirección de contacto: poemasporciudadjuarez@hotmail.es

sábado, 25 de agosto de 2012

ZONA SOTOMAYOR PETERSON, Hermosillo, Sonora

¿Por qué matan los hombres? Una reflexión desde las Ciencias Sociales

Los seres humanos vivimos en sociedad y es difícil imaginar cómo seríamos fuera de ella, pero seguramente no seríamos personas como las que conocemos y acostumbramos ver a nuestro alrededor. Digámoslo pues, los seres humanos no podemos existir más que en sociedad y por la sociedad. La parte no social es el aspecto biológico, lo que podríamos decir el hombre animal. Pero la parte infinitamente más importante y que nos diferencia radicalmente de aquello que simplemente tiene vida, es la psique, ese núcleo obscuro, insondable, asocial (Castoriadis, 2006). Así pues, vivimos en sociedades construidas por seres humanos y para los seres humanos. Sociedades que, buenas o malas, son lo único que tenemos a la mano y lo único que nos permitirá vivir de tal suerte. Por otra parte, integrarnos a la sociedad es la única opción que tenemos como personas.

Integrarnos a la sociedad puede ser muchas veces la forma única que nos permite crecer en todos los órdenes y desarrollarnos; hacer a un lado a la sociedad y convertirnos en ermitaños difícilmente permitirá nuestro crecimiento en algún ámbito. Necesitamos vivir en compañía de los demás, necesitamos ser parte de la gran familia humana porque sólo a través de ellos, de su comprensión, de su identificación como seres humanos, de la aceptación de su diferencia, diferencia que no sentimos –o no deberíamos sentir- amenazante sino rica en posibilidades y diversidad, sólo gracias a ello sabremos que nosotros también somos seres humanos.

Nos queda pues, pensar, que los crímenes y quienes los cometen no son sino producto de la sociedad y, a la vez, instrumentos y víctimas, vale decir, de la misma sociedad. Es generalmente dentro de la sociedad donde se comete el mayor número de crímenes. Quizá valga la pena preguntarnos si es la sociedad en efecto la principal causante de los crímenes y delitos que algunas personas cometen porque, es de todos sabido, que esa misma sociedad buscará castigar a esas personas por los daños cometidos y alguna voz habrá que no podrá evitar decir: por los daños que ella misma los llevó a perpetrar. Sin que perdamos de vista que un crimen es lo que la sociedad escoge definir como tal y sin dejar de lado, tampoco, que sea lo que sea lo que la sociedad define como crimen, todas lo delimitan como un acto cometido en violación de una ley prohibitiva o un acto omitido en violación a una ley que lo ordena (Montagu, 1970).

Tales dilemas sociales son abordados en este capítulo ahora desde la perspectiva de hombres adultos quienes rompiendo con toda expectativa de convivencia humana, terminaron con la vida de otra persona. Se trata de varones adultos que privaron de la vida a otra(s) persona(s), lo que dio como resultado que fueran considerados por la Ley, como homicidas. Este capítulo reconstruye a través sobre todo de su discurso, los cómo, los porqués, las razones y ¿por qué no decirlo? las sinrazones de su conducta. Se trata también del análisis de lo que ellos dicen, de lo que nos dijeron a nosotras como investigadoras y lo que declararon ante las autoridades. Ésta es una búsqueda de lo que subyace a su narrativa, de lo que dicen sus razones, de lo que vibra en lo profundo de sus vidas y que dio como resultado la muerte de otra persona.

¿Dónde abreva la violencia que exhiben? Las posibles respuestas se buscarán a partir de la construcción de la masculinidad con todo lo que implica social y culturalmente como necesidad de afirmación, de odio a todo lo que es diferente, rencor a todo aquello que no se puede cambiar ni modificar porque, y conviene tenerlo presente, toda diferencia entraña amenaza. En síntesis, es un sexismo exacerbado.

Por lo que nos dicen Piaget (1985) y Kohlberg (1989), hemos dado crédito a que nuestros apetitos y deseos tienen el saludable freno de la cuestión moral, que muchas veces nuestros impulsos son sometidos por la obediencia a las reglas y leyes morales que tenemos y, en este caso, la pregunta obligada es: ¿esas reglas y leyes morales no imperan para todos los hombres en todas las circunstancias y épocas? Al definir al otro como un ser carente de valor, nuestros temores dejan de latir ahogándonos y pueden instarnos a llegar al exterminio. Pero cabe aclararlo, también, y de alguna manera, pone al otro a una enorme distancia de lo que somos, a tan enorme distancia que los derechos morales ya no pueden verse. Al ser despojado de su humanidad y redefinido como despreciable y vil, el otro es ya perfectamente prescindible, (Bauman, 2005).

Una de las teorías psicológicas más acabadas sobre la moral es la de Piaget (1985). Ésta propone la existencia de estadios que corresponden a los del desarrollo intelectual a partir de los dos años de edad, ya que antes, según Piaget, no podemos hablar de moral propiamente dicha ¿Habría que pensar en buscar en el desarrollo moral la génesis de la violencia homicida? El intelectualismo moral, por ejemplo, considera la conciencia moral como el conocimiento de lo que es bueno y lo que es malo. Se produce en él una identificación entre el bien y el conocimiento, por una parte, y el mal y la ignorancia por otra. En consecuencia, según el mismo, sólo obramos mal porque creemos, en nuestra ignorancia, que ese mal que hacemos es un bien para nosotros. La manera de conseguir actuar correctamente será, pues, educar a nuestra razón en los principios de la moral para que no pueda llevarnos a valoraciones incorrectas sobre la bondad o maldad de las cosas y las acciones, en las que en el devenir de la vida habremos de embarcarnos (Kohlberg, 1989 y Piaget, 1985).

Si el proceso de desarrollo moral, como lo presentan los autores antes mencionados, es universal ¿Cómo es el de los hombres que matan a otros hombres o mujeres? ¿Cómo es el desarrollo de su pensamiento que son incapaces de controlar el deseo de matar? ¿Pese a lo que se ha expresado sobre la incapacidad de los seres humanos de vivir en aislamiento, son incapaces de vivir juntos los seres humanos y por eso matan a otros sin verdaderas razones de fondo? ¿Matan porque no encuentran otra forma de deshacer lo que los molesta, destruyen lo que sienten que los amenaza? ¿Porque no tienen conciencia de la gravedad de sus actos, porque son incapaces de sentir y vivir el dolor que causan a sus víctimas? ¿O simplemente porque carecen de sentido para ellos vida y muerte? ¿Qué ocurre con ese proceso que debería darse en todos los seres humanos, qué impide que algunos, varios o muchos tengan acceso a él? ¿Qué es lo que lo detiene, lo que hace poco probable que se dé como debe darse para que podamos construir un mundo mejor en todo sentido y verdaderamente justo? ¿De qué depende que todos podamos estar inmersos en él y desarrollarnos según establecen Kolbherg, 1989; y Piaget, 1985)?

Cada sociedad es un sistema que interpreta el mundo, lo construye como quiere, con lo que necesita de él, con lo que es valioso para ella, y su identidad no es otra cosa que este sistema de interpretación o, mejor aún, de donación de sentido (Castoriadis, 2006). Según Castoriadis (op cit) somos nosotros los que dotamos de sentido al mundo, a la realidad en la que estamos insertos, a la sociedad en la que vivimos. Si llevamos las palabras de Castoriadis al extremo, sería una especie de explicación de nuestros actos. Si parte del sentido que le damos a esa sociedad es que no tenemos porqué convivir con lo que nos molesta, confronta o demás, ese mismo hecho nos llevaría con los pasos contados a pensar en un momento específico que conviene la muerte de los demás, que es algo positivo y que en determinadas situaciones, no sólo tiene sentido, sino que es deseable y buena.

En este sentido, ¿cómo es la sociedad en la que vivimos? ¿Cuál es el índice de criminalidad? En una entidad que difícilmente supera los dos millones de habitantes, no obstante ser el segundo estado de la República en dimensiones, ¿cuáles son nuestros números en cuanto al delito de homicidio?

El delito de Homicidio en Sonora

Sonora es el segundo estado más grande del país en extensión territorial pero no así en población. Hasta el día 22 de febrero de 2010 había registrados mil seiscientos treinta y cuatro homicidas sentenciados en los quince penales del Estado, según la revisión realizada en los archivos del Sistema Penitenciario del estado de Sonora. No obstante, conviene tener presente que estos datos numéricos corresponden sólo a los homicidas sentenciados como ya se mencionó, ya que los homicidas detenidos suelen ser más. A ello cabe agregar los homicidas que no han sido encarcelados por razones variadas, más aquellos que optan por suicidarse una vez cometido el delito, sin olvidar a todos aquellos que han asesinado y están en libertad porque no pudo comprobarse el crimen.

También desde luego están todos aquellos crímenes cometidos de los que no tenemos noticia. Aparte, en Sonora existían, hasta la fecha señalada renglones arriba, doscientos trece homicidas ya detenidos a los que no se les había dictado sentencia. Es interesante observar que los homicidas son poco menos de la mitad de los internos, sin embargo, los homicidas de varones son más que los homicidas de mujeres en la modalidad de feminicidios, los hombres matan hombres en una proporción cinco veces mayor que a mujeres, por razones y motivos diferentes.

Neuman (1991) establece que nadie está suficientemente lejos del crimen. Esa especie de pulsión hacia el delito que, al decir de Neuman (op. cit.) acompaña a todo ser humano durante su vida, late soterrado en el alma, esperando la ocasión de manifestarse. La mayoría de las personas, señala el autor, colmará esa pulsión robándose unas plumas que le han gustado en un momento dado; conservando unos discos que juró no tener; llevándose un libro de algún buen librero o biblioteca, en fin, detalles quizá, pero no menos culpables. Y a través de estos actos, menciona el autor, se satisface esa pulsión criminal aunque durante todo el texto se refiere a crímenes de diversa naturaleza no comenta que todos estemos también, a un paso además de siempre, de matar a alguien más.

Resuenan las palabras de Castoriadis (2006): Los seres humanos somos capaces de morir y matar a los demás por cualquier cosa, incluso sin razón alguna. Sin embargo, esta especie profundamente incapaz de convivir con otros debió encontrar el mecanismo que le permitiera hacerlo pues de lo contrario habríamos desaparecido como especie. Quizá aquí surgió lo que conocemos como sociedad, como institución que otorga significado y significaciones; una sociedad que ha sido capaz de conseguir que los seres humanos vivan o puedan vivir juntos sin destruirse (Castoriadis, 2006). Pero no para todos, parecería decir la realidad, esta verdad de Castoriadis (2006), se cumple sólo con algunos, si bien, los más, pues no todos los seres humanos, ni bien ni mal, pueden vivir juntos. Mucho se ha escrito sobre la dificultad de soportar a ese “otro” al que algunos terminan destruyendo, un “otro” que, debido a su diferencia, nos hace sentir perennemente amenazados. O bien, un “otro” al que no pudimos cambiar, modificar, como nosotros necesitábamos que cambiara o se modificara. Sin dejar de lado que muchos de los crímenes contra mujeres, crímenes llevados a cabo por sus compañeros, tienen la característica común de que no fueron cometidos cuando se trataba de cambiar o modificar sino cuando de corregir y castigar se trataba1.

¿A quiénes matan los homicidas? los hombres por lo general a personas ajenas a su entorno familiar, según nos dice (Azaola, 1999). En el caso de la violencia intrafamiliar, los hombres suelen matar a la compañera, a la esposa, a la concubina; fuera de este coto personal de vida, los homicidas por lo general asesinan a personas diferentes de su familia. Al matar a las personas ajenas a su familia, ¿podríamos decir que los hombres matan a los de fuera, a los extraños como dice (Bauman, 2005), a los profundamente ajenos a su vida? ¿Porque al serlo son desechables y carecen de cualquier importancia, porque están muy lejos de su ámbito de moralidad; porque matarlos no contradice sus ideales, creencias y suposiciones, porque incluso puede llegar a verse como necesario? Es probable que la respuesta sea afirmativa.


¿Cómo podemos o solemos reconocernos entre nosotros? ¿Como amigos, como enemigos, o bien, como personas ajenas por completo a nosotros? Azaola (1999), dice que los varones matan a personas ajenas a su familia, con lo que está en el mismo tenor que Bauman (2005) cuando éste habla de los que son diferentes, de los que, podríamos decir, no pertenecen a nuestro núcleo cotidiano de vida. No obstante, Castoriadis (2006), dice que los varones destruyen todo aquello que los molesta porque, señala el autor, los seres humanos somos incapaces de vivir juntos. Piaget (1985), mientras tanto, enfatiza que nuestro desarrollo moral deficiente es quizá una de las razones que lleva a los hombres a matar, coincidiendo con Kohlberg (1989) quien menciona que de los estadios de desarrollo moral que deberíamos transitar todos los seres humanos, solemos la gran mayoría, quedarnos en los primeros, con lo que es imposible un desarrollo moral realmente saludable. Como más tarde habría de decir Castoriadis (2006) cuando no podemos definirnos positivamente, nos definimos a partir del odio que experimentamos por el (o los) otro(s).


Renglones antes hemos dicho que, según Azaola (1999), los hombres matan al que es totalmente ajeno a su vida, lo que convertiría a la víctima en ese otro al que es posible matar por el solo hecho –aunque no por ello claro ni sencillo, ni fácil de aprehender- de ser precisamente un “otro” al que se está autorizado a destruir por el innegable hecho de serlo. Sin embargo, ese otro tiene de alguna manera la fisonomía del propio homicida, de alguna manera ese otro es un él mismo que debería llevarlo si no a amarlo, sí a aceptarlo en su diferencia y no verlo como una amenaza sino como la posibilidad de crecimiento y enriquecimiento que, por el solo hecho de existir, ofrece. Pero ¿es otro que también me intimida precisamente por su diferencia que no quiero o no puedo aceptar o tolerar porque lo que siento de él que me intimida dará paso a la amenaza que no puedo sufrir, de ahí que tome la decisión de destruirlo? Y aunque también hemos dicho que los seres humanos buscamos vivir en sociedad, tal parecería que tenemos más o menos claro lo que puede significar vivir en un mundo de otros que son yo y por ello mismo no tengo la menor autorización para destruir matándolos. Pero es probable que tome la decisión de matarlos porque tampoco puedo vivir ni convivir con ellos.


La hipótesis en el presente trabajo es que los homicidas matan al “otro” por su incapacidad de reconocerlo como otro, como un ser humano con los mismos derechos y atribuciones, le niegan a ese otro desconocido la posibilidad de ser porque ellos mismos no se reconocen como personas, como seres humanos. La otredad no significa nada porque no se es, en todo caso lo único que pudiera llegar a significar es amenaza. Es la diferencia que no consigo conciliar, la diferencia que no logro identificar como un similar y si lo destruyo habiendo dicho que matamos “lo otro”, también decimos ahora que ese otro por el solo hecho de serlo me agrede, me recuerda lo que quizá no quiero saber o recordar, pero sobre todo su diferencia es tal, tan profunda, tan aguda, tan mortificante que lo destruyo sabiendo que es un otro que no logré atraer hacia mí mismo, hacia mi propia identidad que, bien o mal, estoy acostumbrado a vivir y conforme con ella.


Ahora bien, los hombres matan hombres por razones muy diferentes de las que tienen para matar mujeres, en un deseo de aclarar esquematizando, he aquí algunas de nuestras conclusiones al respecto, veremos primero las razones por las que los hombres matan mujeres:


Los celos

Podríamos decir que uno de los fenómenos ligado al varón violento, de controlar todo lo que piensa y hace su pareja es el de los celos. Descriptivamente, los celos surgirían cuando una persona ama a otra y desearía sólo para ella su amor y siente que ésta podría amar a un tercero. En las personas violentas los celos no se manifiestan como una manera de ser los preferidos del ser amado, lo que sería lógico, sino que desean la posesión y el dominio de ese ser. Según algunos autores como (Corsi, 2002, 2004; Jacobson y Gottman, 2001; Dutton y Golant,1999), los varones celosos necesitan controlar todo lo que la mujer sienta, piense o haga, e intentarán impedir que ella se relacione con otras personas. El varón violento no tolera que la mujer no lo prefiera en forma exclusiva no sólo en los aspectos referidos a la relación de pareja, sino que ni siquiera admite que otras personas o actividades despierten el interés de la mujer. Su inseguridad manifiesta les lleva a depositar su valía en otras personas, creando una co-dependencia que muy pronto manifiesta su verdadera naturaleza de necesidad absoluta de control, su ira desatada, su irrenunciable necesidad de someter, controlar, apabullar.


Ahora bien, ¿se parecen entre sí los homicidas de mujeres? ¿Existe algo que los haga similares en sus actos, en sus decisiones, en los detonantes que pudiéramos considerar darán pie al ataque? Veamos, en un afán de esquematizar sus historias, he aquí lo que tenemos:

  1. Los homicidas perdieron el dominio que tenían sobre la mujer, en este caso sobre “su mujer”, lo que desata toda su violencia como forma de recuperar lo que les pertenece. La violencia en este caso busca que la mujer se aterrorice ya que es una forma de control y, desista de sus planes de abandono
  2. Padecen celotipia aguda la mayor de las veces, sobre todo cuando la mujer a la que mataron tenía con ellos relaciones amorosas o simplemente coitales, los casos presentados hasta aquí son todos de parejas con excepción de quien mató a la sexoservidora
  3. La necesidad de afirmar su dominio sobre el más débil
  4. La sensación de pérdida, en este caso de algo que les pertenece: la mujer, y la necesidad de demostrar que pueden recuperar lo que por ley es suyo en el caso de estar casados con la víctima o haber vivido con ella durante algún tiempo sea ésta su esposa o no; y en el caso de no estar casados, el solo hecho de que él esté interesado en continuar el vínculo es razón suficiente
  5. Todos dijeron experimentar una ira intensa en el momento del ataque
  6. Sienten la necesidad impostergable de afirmar su derecho, su derecho a que las cosas continúen como hasta ese momento, su derecho de hacer su voluntad e imponerla sobre el que consideran más débil
  7. Por la infidelidad de ambos o de un miembro de la pareja, sobre todo por la sospecha o confirmación de la infidelidad de ella
  8. Reaccionan violentamente cuando la mujer, conociendo el deseo de ellos, expreso o tácito, no cede a ese deseo; cuando la mujer elige hacer o no hacer según su voluntad propia al margen de la del varón con el que convive
  9. En todos hay presencia de alcohol o drogas que si bien no pueden ser señaladas como causales, sí forman parte del contexto homicida

Del número ocho se deriva que:

  • Sus deseos, sus peticiones y necesidades son prioritarios, lo que se traduce en que la mujer está obligada a servir y obedecer siempre, por lo que:
  • La rebeldía del más débil los enfurece y a través de la violencia quieren restituir las cosas a la normalidad, lo que ellos consideran como normalidad y a la que quieren volver porque es como desean vivir. Lo anterior explicaría sus palabras cuando dicen que no tenían intención de lastimar gravemente, mucho menos de matar ya que jamás pensaron que podría llegar a ocurrir
  • Hay violencia grave
  • La sola idea de que la mujer que sienten de su propiedad pueda pertenecer a otros los enloquece de ira y celos
  • El descubrimiento de que la mujer que les pertenece –según su percepción- ha dejado de ser su propiedad por voluntad de ésta, despierta toda la ira y la desolación que pueden experimentar, por lo que tienen derecho de actuar como deseen y les está permitido usar la violencia
  • La sola posibilidad de que la mujer haga suyo el privilegio de una vida sexual a la medida de sus necesidades despierta todo el temor del varón que sabe que no puede probar su superioridad sino a través del ejercicio de la genitalidad. El varón vuelve a sentir que está siendo sometido a comparación y con ello re-aparece todo su temor, el temor presente siempre de no dar el ancho, de no ser suficientemente hombre sobre todo en este aspecto de su vida
  • Hay una sensación de impunidad presente siempre debido a la inteligencia superior que sienten poseer. Probablemente esto obedezca al pensamiento mágico de que podrán hacer frente a los imprevistos y demostrar su inocencia en todo momento. De hecho, su discurso va encaminado a demostrar de alguna manera la inocencia ante los actos cometidos. Si bien, aceptan haber causado la muerte de una mujer, puntualmente aclaran que no son los verdaderos culpables ya que ellos sólo reaccionaron ante las palabras o hechos consumados de la víctima, quien, en el fondo, es la única responsable de lo ocurrido.
  • Todos los agresores han afirmado haber amado y amar a las mujeres a las que atacaron o asesinaron.
  • Vale la pena mencionar que los agresores confesaron todos y en cada uno de los casos2, que su intención jamás fue la de lastimar, mucho menos matar a la mujer, sólo actuaron de manera impulsiva, terriblemente disgustados o molestos, pero jamás pensaron en matar, ni creyeron que sus actos terminarían con la muerte de alguna persona. Con excepción, también, de Eber, quien dijo que lo único que podía pensar durante la discusión con su víctima, era en el profundo deseo de matarla. Lo mismo que Quenán.
  • Aquí, sin embargo, habría que tomar las cosas con cuidado. Todos dijeron que la intención jamás fue la de matar a la víctima, no obstante, resulta muy difícil creer que, aquellos que atacaron a su víctima con un arma blanca y la hundieron repetidamente en sus cuerpos, no hayan pensado que podían matarla.
  • Cabe pensar que es tan grande el deseo de controlar, de someter, de apabullar, que el crimen sea la expresión final y completa del control, y la manifestación última del poder.

Homicidas de mujeres/Homicidas de varones

Creemos que hay diferencia en el comportamiento de los varones homicidas dependiendo del sexo de la víctima. Cuando los varones deciden matar a otros varones parecen ser crímenes pensados y llevados minuciosamente a cabo. Aquí, los homicidas no se dejan llevar por la pasión, no suelen ser arrastrados por emociones profundas que los desbordan, aquí los homicidas piensan con calma, meditan y toman las medidas más convenientes para realizar sus planes. Aquí, son los dueños de sus sentimientos y emociones. Habiendo hablado con ellos, encontramos en sus relatos previos al crimen, algo que hemos dado en llamar, más que ausencia de emociones, un vacío profundo de emotividad, una no sensación, una no turbación ante lo que van a hacer, un vacío total intelectual y emotivo que, según su narrativa, les permite hacer bien las cosas.

Podríamos concluir que los hombres matan a otros hombres para:

  1. librarse de lo que los amenaza o de lo que ellos perciben como amenazante en cualquier sentido que la palabra amenaza tenga para ellos
  2. librarse de lo que los molesta y pone en entredicho su presunta masculinidad y fuerza, una prueba posible de su virilidad es atacar con toda su furia aun cuando ese ataque pueda suponer la posibilidad de la muerte del que ataca
  3. librarse de lo que los confronta
  4. en un momento de ira en el que es importante demostrar que se es capaz de morir en la raya
  5. por celos, justificados objetivamente o no, basta con que se sospeche que el amigo o compañero, o el conocido, pueden ser el objeto amoroso de la mujer que se considera como propiedad personal, aunque aquí cabría preguntar por qué algunos optan por matar a la supuesta mujer infiel y otros al hombre con el que objetivamente o no, los engañan
  6. por codicia
  7. por jerarquía
  8. en defensa de una identidad cuyo establecimiento es fundamental debido a las frágiles certezas de la construcción de la masculinidad
  9. por una necesidad profunda de respeto, de demostrar la valía propia
  10. hay una elección claramente hecha, es una decisión personal, eligen matar, el homicidio en estos casos es una elección personal.
  11. El homicidio es una elección plenamente consciente. Matamos porque decidimos hacerlo
  12. Y, cabría pensar, porque no reconocen al “otro” como ser humano, como un igual, aunque tal vez la verdadera pregunta –y por ello mismo la más importante-, sea si ellos se reconocen a sí mismos como seres humanos.


Hemos dicho que los varones tienen diferentes razones para matar, dijimos que matan por celos, para vengar la traición que, al menos en sus mentes, es un hecho. Habría que añadir que en ocasiones matan a uno u otro, pero en otras, deciden matar a los dos. En el caso de Jairo y Ezequías no sólo se castiga la supuesta infidelidad, sino que se castiga con una crueldad demencial que vuelve a traernos no sólo el tema de la sexualidad y la forma en que la viven o se ven obligados a vivirla los varones, sino que debería traernos a una reflexión profunda sobre precisamente esa construcción del ser hombre. Construcción, de sobra está mencionarlo, que obliga a una serie de actitudes y formas de asumir una realidad que nos angustia, nos desespera y es capaz de enloquecernos al no poder enfrentarla sin destruir o ser destruidos.

Por masculinidad entendemos un conjunto de funciones, conductas, valores y atributos que forman parte del ser varón en un determinado tiempo, espacio y cultura (Kaufman, 1997; Kimmel, 1997; Marqués, 1991; Rodríguez, 1998, 2002; Fuller, 1997; Olavarría, 2002, 2003; Godolier, 1986; Connell, 1995, 1997). De lo que podríamos derivar la idea de que los varones deben llenar una serie de requisitos que permiten que su masculinidad se manifieste ante la sociedad en la que viven, pero sobre todo ante ellos mismos. Asumimos, de acuerdo con Connell (1995), que la masculinidad es una edificación cultural que se construye y se reconstruye socialmente. Una de las forma que toma esa edificación, creemos, es su necesidad de pertenencia y confirmación dentro del colectivo masculino ya que es la aceptación de sus pares lo que les dará el galardón de hombres y, en algunos casos, de muy hombres. Los varones están conscientes de que así como la masculinidad puede obtenerse y lograrse, también es susceptible de perderse, lo que somete a los varones a una constante angustia por demostrar ante sí mismos y ante los demás que son miembros del colectivo masculino, (Marqués, 1991, 1997; Fuller, 1997; Viveros, 1998; De keijzer, 1998; Olavarría, 1997, 1998).


Otro concepto a la hora de analizar la masculinidad es el del poder, en tanto las relaciones de género se caracterizan por ser asimétricas, el poder permea todos los ámbitos de la vida social, tanto públicos como privados (Foucault, 1979). Si acudimos al sentido positivo de éste, el poder vendría a ser la capacidad para decidir sobre la propia vida, pero no sólo eso, también es capacidad para decidir sobre la vida de otro, con hechos que obligan, prohíben, impiden, circunscriben. El poder no es una categoría abstracta, sino algo real en la medida que se ejerce y puede ser visualizado en las interacciones de sus integrantes. El poder tiene un doble efecto: es opresivo y configurador en tanto provoca recortes de la realidad que definen existencias (subjetividades, espacios y modos de relación entre otros). La desigualdad en la distribución del ejercicio del poder sobre otro u otros, conduce a la asimetría relacional. La posición de género vendrá a convertirse en uno de los ejes cruciales por donde transitan las desigualdades del poder (Connell, 1995, 2003). Y esas desigualdades de poder pueden dar y darán paso a la violencia. Según algunos autores (Marqués, 1991, 1997; Olavarría, 1997, 1998; Ramírez, H. 2004; Ramírez, S., 2005) decir hombre es decir poder. Decir hombre es decir libertad, decir hombre es decir control ante los demás y ante sí mismo. Vale la pena saber que para Kimmel (1997), las cosas no son tan sencillas, él señala que la masculinidad es una posesión que inicia precisamente con la posesión del pene y, que se vierte en una serie de conducta o conductas encaminadas a lograr la adquisición de ese algo intangible que es la masculinidad.


En cuanto a la violencia que siempre se ha dicho es parte constitutiva de la masculinidad, cabe mencionar que Kimmel (1994, 1997), analiza la masculinidad como homofobia y discute los temores, incomunicación y silencio en su construcción. Señala el temor que los varones tienen de otros varones en el proceso de la construcción de la identidad de género. Alude a que esa construcción suele trabajarse por parte de los varones como un alejamiento de todo lo que sugiera feminidad, lo que lleva a la ligazón obligada con la sexualidad. Los hombres, dice Kimmel, están tratando de probar que no son homosexuales dentro de uno de los ejes del proceso de ser hombre, lo que genera un temor profundo de no ser un verdadero hombre y la consecuente aprensión de ser humillado por otros hombres. De aquí surgiría esa generación de violencia como un rasgo distintivo de hombría y masculinidad, en tanto que se constituye en fuente de poder sobre la mujer y sobre otros hombres. De esta forma, el significado se constituye como una relación entre lo individual y lo social y viene a anidar en la experiencia y en la constitución de lo subjetivo.


¿Matamos porque creemos que lo que hacemos de alguna manera es bueno para nosotros? ¿Porque al hacerlo ganaremos algo? ¿O simplemente matamos porque no tenemos idea de quiénes somos y quiénes son los que nos rodean, pero sobre todo porque esos que nos rodean no pueden ser ni significar nada para nosotros? Como explica Zaffaroni, en (Beristain y Neumann, 1999). Sin un “tú” no hay un “yo”; sólo cuando aprendo a reconocerte es que me reconozco, sé que las cosas son para ti, o para mí, o para nosotros. Cuando me pierdo y no te reconozco como “tú”, sino una cosa más, ya no hay un “nosotros” porque quedo solo. Cuando quedo solo tampoco me reconozco porque todas las cosas con las que quedo (y “tú” entre las cosas) son “para mí”, pero yo también soy “para mí”, de modo que no me distingo de las cosas”.

Creemos que en una determinada frecuencia de la construcción de lo masculino, de lo que los varones son instados –por la misma sociedad en la que vivimos-, a hacer o dejar de hacer para ser considerados como hombres y en algunos casos, como muy hombres, es lo que deviene, en ocasiones, en el homicidio. Esa exigencia, cabe pensarlo, sumerge al hombre en un mundo de conductas obligadas que pueden dar paso a la violencia y en determinados casos, a la violencia homicida. Pero no sólo eso ni necesariamente eso, creemos también que los homicidas no reconocen en el “otro” a un semejante, a uno igual a ellos, un ser humano con dignidad y derechos. Creemos que los homicidas tampoco se reconocen a sí mismos como seres humanos socializados y que tal idea podría dar paso, podría genera esa capacidad de destrucción.

Pero también hemos dicho que la decisión de matar es algo asumido consciente y libremente por los homicidas en algunos, por no decir que en casi todos los casos. Los hombres, entonces, eligieron matar. Las razones, tal como mencionamos renglones arriba, son enormemente diversas, pero lo importante aquí es que el homicidio es una elección consciente y querida. Porque, a pesar de cualquier circunstancia terrible en la que pudiéramos vivir o vernos envueltos, somos seres libres, con una libertad que está más allá de las cadenas que pudieran sernos impuestas, y es esa libertad la que nos lleva con los pasos contados al homicidio. Finalicemos con unas palabras de Durkheim (1997), el dominio de la vida verdaderamente moral no comienza sino donde comienza el dominio de la vida colectiva o, en otras palabras, que sólo somos seres morales en la medida que somos seres sociales. Ya que la moral es esencialmente una disciplina.

1 Desde luego, también está siempre presente la idea de que los hombres que matan mujeres lo hacen también para eliminar aquello que no se conforma con la realidad, destruyen mujeres que no son lo que ellos supieron siempre que son las mujeres: abnegadas, humildes, calladas, obedientes, mujeres que no correspondan a lo que la sociedad hegemónica dice que son las mujeres. Y si no corresponden a lo que debe ser, su existencia carece de sentido porque el pensamiento hegemónico lleva a los hombres a vivir y experimentar a la mujer no como una igual, una compañera, sino como quien está ahí para servirlos en todas las formas concebibles en que puedan ser servidos.

2 Con excepción de Eliud, quien se dijo inocente y víctima de las circunstancias. Los nombres que aquí aparecen son ficticios pero corresponden a varones que fueron sentenciados por homicidio y que actualmente compurgan su sentencia en los Centros de Readaptación del Estado.

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