Desde el 1 DE SEPTIEMBRE DE 2012 hemos venido celebrando en numerosos pueblos y ciudades del planeta, las lecturas solidarias "ESCRITORES POR CIUDAD JUÁREZ".

Estas lecturas están convocadas en solidaridad con Ciudad Juárez, en representación de todo el pueblo de México y por extensión de cualquier otro rincón del planeta donde el miedo, consecuencia última de la violencia, es utilizado para imponer la voluntad y los intereses de los grupos de poder sobre los derechos y la dignidad de los pueblos y los ciudadanos.

En nombre del colectivo Escritores por Ciudad Juárez continuamos con esta llamada a la solidaridad y la movilización. Quienes lo deseen pueden remitirnos sus poemas o textos, alusivos al conflicto que padece Ciudad Juárez, que serán colgados en este blog y posteriormente utilizados en cuantos proyectos y publicaciones decidan los organizadores de las lecturas solidarias. Las colaboraciones serán colgadas como entradas, con el nombre del autor o autora, junto al nombre de la ciudad de donde nos escriben. Y cada nueva colaboración del mismo autor o autora será añadida a la primera de sus colaboraciones.

Dirección de contacto: poemasporciudadjuarez@hotmail.es

martes, 25 de septiembre de 2012

MARINA AOIZ MONREAL, Pamplona, Navarra

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El desierto


Cintia Rocío Acosta. Diez años.
Secuestrada en el parque.
A plena luz del día. Su cuerpo apareció muerto.
Había sido violada y estrangulada.

¿De qué color es el miedo? ¿Cómo huele entre la arena?
Bellas, jóvenes, niñas, humildes. Solas. Atrapadas a oscuras
con la impunidad que otorga el poder, con sus injusticias
perpetuadas. Escribe Margo Glanz que las asesinadas
de Ciudad Juárez no alcanzan un lugar ni en la historia
ni en el mito y son despojadas aun de su posibilidad
de iniciar su propia genealogía. Delgadas. De piel morena.
Largos cabellos. ¿De qué color son las manos asesinas?
¿Tienen corazón los violadores? Entre los huesos del desierto
florecen rosas con los pétalos llenos de espinas. Solas.

Alejandra Yanel Díaz Sánchez.
Trece años. Torturada y asesinada en su propia casa.

Funcionarios, empresarios, clérigos, policías, jueces,
militares, narcotraficantes, comerciantes, proxenetas,
comisarios, políticos, fiscales. El crimen como epidemia.
La mujer como objeto del odio. La ceguera
que provoca la envidia. Misoginia, una de las palabras
más horrorosas del diccionario
escupe balas, semen, puñales, sangre.
En el rostro de burdos personajes corrompidos,
la degradación
alienta la semilla del diablo. Estamos hablando
de una industria de lavado de dinero de 24.000 millones
de dólares anuales en México, según cifras de la ONU.
Lo dice Sergio González Rodríguez, autor de Huesos en el desierto.

En el festín de los carroñeros no falta la sangre fresca.
La carne tierna.

¿Se lava el dinero con la sangre de los crímenes? ¿Qué venden,
qué compran los asesinos? ¿Qué precio tiene la perversión?


¿Cuánto
vale
cada cuerpo de niña asesinada?
¿Acaso se pueden contar
las lágrimas
de una madre, de una amiga, de una hermana,
de una compañera
de trabajo o de colegio? Esto no es literatura. Esto
no es literatura. Esto
no
es
literatura.
Lágrimas sumadas a las arenas amargas.
Solas.

Las palabras se desmoronan
se avergüenzan
se desangran
se pudren afilan las uñas arañan se esconden lloran
gimen patalean se desgarran se encogen huyen aparecen enterradas
violadas maltratadas desfiguradas rotas las palabras supuran dolor
miedo incomprensión impotencia.
Son hembras las palabras flores aguas lagunas diosas niñas
madres hijas abuelas hermanas.
Lágrimas son las palabras. Jóvenes y viejas. S O L A S.

No es literatura la palabra desasosiego.
Temor. Rabia. Maldad. Perversión. Mentira. La palabra justicia
mutilada sin brazos ni cabeza no es literatura.
Ni la palabra poder. Ni la palabra dinero. No lo es la palabra vida.
Ni la palabra muerte. Ni la palabra tortura. Ni la palabra envidia.

¿Es literatura la palabra viento? ¿Y hueso? ¿Y desierto?

Érase una vez una niña morena de largos cabellos negros...
Érase una vez una niña...

La historia es horrenda. Monstruos y niñas,
muchas,
cientos de niñas y jóvenes de tez morena, asesinadas.

Paloma Angélica Escobar Ledesma.
Dieciséis años. Su cuerpo se descubrió
a los 27 días de su desaparición.
Mayra Ayuso Rodríguez. Dieciséis años.

Mujeres en lontananza
reconstruyen los aljibes del tiempo. Caminan
a solas por las calles, sin ruido.

Lo que compra la sangre de las niñas
es el silencio de los poderosos.

Pornografía infantil.
Las madres lo pregonan a los vientos.
Las voces de la muerte
trenzan sus hilos en cada encrucijada. La sangre
otra vez en los aljibes
y un puñal oxidado en el corazón del tiempo.

Érase una vez un negocio muy, muy oscuro
que crecía con el beneplácito de los mandatarios.
Érase dinero sucio...
Érase una vez en el desierto.

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