Desde el 1 DE SEPTIEMBRE DE 2012 hemos venido celebrando en numerosos pueblos y ciudades del planeta, las lecturas solidarias "ESCRITORES POR CIUDAD JUÁREZ".

Estas lecturas están convocadas en solidaridad con Ciudad Juárez, en representación de todo el pueblo de México y por extensión de cualquier otro rincón del planeta donde el miedo, consecuencia última de la violencia, es utilizado para imponer la voluntad y los intereses de los grupos de poder sobre los derechos y la dignidad de los pueblos y los ciudadanos.

En nombre del colectivo Escritores por Ciudad Juárez continuamos con esta llamada a la solidaridad y la movilización. Quienes lo deseen pueden remitirnos sus poemas o textos, alusivos al conflicto que padece Ciudad Juárez, que serán colgados en este blog y posteriormente utilizados en cuantos proyectos y publicaciones decidan los organizadores de las lecturas solidarias. Las colaboraciones serán colgadas como entradas, con el nombre del autor o autora, junto al nombre de la ciudad de donde nos escriben. Y cada nueva colaboración del mismo autor o autora será añadida a la primera de sus colaboraciones.

Dirección de contacto: poemasporciudadjuarez@hotmail.es

jueves, 27 de septiembre de 2012

JOSÉ CRUZ ALMONTE, Saltillo, Coahuila

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Una historia de amor

El profesor me dijo que de castigo tendría que escribir una historia de amor.
Pero, si yo no participe en la pelea… –quise aclararlo, pero me interrumpió:
¡Y lo harás en la hora de recreo!
Abrió tanto la boca para gritarme que -si las hubiera- se habría tragado tres moscas del tamaño de una pelota de beisbol. Sus ojos se convirtieron en dos huevos estrellados y la nariz se le torció como si fuera un trozo de tocino. Las orejas y las mejillas, coloradas, coloradas, parecían rebanadas de tomate cubiertas de catsup.
Me dio mucha risa verlo así, pero me aguanté las carcajadas para que no me regañara doble. Lo cierto es que era igualito al desayuno más horrible del mundo.
Sí. Ahí estaba, en vivo y a todo color, el Desayuno Más Horrible Del Mundo ordenándome a gritos que escribiera un cuento de amor.
¡Y lo quiero sin tristezas, sin peleas ni malos tratos!
Bajé la mirada y me puse a amontonar microbios invisibles, de esos que vagabundean en el mesabanco. Juntaba los moraditos con forma de charco, encerraba en el corral los tepocates color de rosa; a las amibas alargadas las anudaba con las regordetas bacterias.
El profesor, muy alterado, me dijo:
¡Eres un maleducado! ¡Tienes qué mirarme a los ojos cuando te hablo!
Pero, ¿qué quería que le viera? ¿El cuerpo mal envuelto en el tacuche? ¿Su espalda torcida? ¿La panza gorda y las piernas cortas? ¿Sus manos que le llegan casi al suelo, a veces abiertas, a veces furiosas como puños? ¿Su cara de horrendo desayuno?
Usé la cara más seria y aburrida que tengo, la que a él le gusta verme puesta y le dije:
Perdóneme, profesor. Yo no hice nada, pero le prometo que no lo vuelvo a hacer.
Así me gusta –aclaró –, que me tengas un poquito de respeto.
Es miedo, profesor.
Me parece bien. Me parece bien. Eso indica que hago mi trabajo a la perfección. Te dejaré bajo llave, para que no te den ganas de fugarte al recreo.
¡Uff! Lo dije. Le dije que le tenía miedo y no se enojó.
Y a mí no me pasó nada. Seguí completito: con mis dos manos, con mis dos piernas, con mis veinte dedos, con mis ojos, con mi boca y con mi panza; seguí con mis ganas de salir a jugar y con el encargo de escribir una historia de amor sin desamor.
No pude contar la vida de mis papás porque ellos ni se hablan ni se dan besos. Mis tíos y tías, los artistas de la tele, los grandes deportistas y hasta los personajes de caricatura parecen divorciados. ¿Serán felices los que matan gente?
Me asomé a la ventana y pude ver la sombra del maestro, muy parecida al gorila del zoológico. No al gorila que arremeda a la gente y pide cacahuates, se parece al gorila que quiere escapar, al que trata de romper la jaula.
Desde el patio, el maestro me gritó:
Ya te vi asomándote. Este año me encargo que repruebes.
Su voz no me dio miedo. Me dio tristeza. Vi tanto desamor en sus ojos, tanta soledad en su nariz, tanto enojo en su boca que lo único que me quedó fue cerrar la ventana.
Regresé a mi pupitre y abrí el cuaderno.
Es una historia de amor y nada más –me dije.
Escribí cómo título el nombre del maestro y todo lo demás lo dejé en blanco.

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