CANTO
A SUSANA CHÁVEZ
El año apenas despuntaba
y al albor de madrugada
tu joven cuerpo, como hilacho,
desechado.
Susana,
mujer hacha,
mujer noche,
renegada de la castidad
que impuso el nombre.
Susana,
la del verbo de fuego,
la insumisa,
la que gritó a voz en cuello
por las muertas,
la que aró con las uñas el desierto,
plantando cruces y sembrando duelos.
Susana,
Libertad es tu nombre y tu bandera,
la Justicia tu lucha y tu obsesión.
“Ni una más” tu proclama y tu demanda.
“Ni una más mujer muerta en el desierto”.
Ni una víctima más que quede impune,
y tu grito rompió toda barrera.
En tu lucha escupiste a los de arriba,
partiste la luna
y retaste al pudor,
en la noche de baile y de parranda
cuando en un trago de alcohol
te bebiste las estrellas
y sedujiste a la muerte,
muerte azul, enamorada
de tu canto y tu palabra.
Tu sangre implacable desafió la conciencia;
sangre dolorida por la herencia
que se volvió un río de canto.
Canto por las hembras mancilladas,
canto por tu mano mutilada,
fúnebre canto por ti misma
que fuiste una más asesinada.
Mas, en cruel premonición,
tu poesía arrebatada
fue oráculo de tragedia:
“porque has dejado preñada
a la eternidad de tu presencia”.
A LAS MUJERES DE JUÁREZ
Campesina errante,
humilde jornalera,
que arrastras las cadenas
de una miseria extrema.
Llegaste a Ciudad Juárez
buscando nueva aurora
y esclava te conviertes
de la maquiladora.
Hoy el viento y el sol
añoran tu presencia,
doncella victimada
por la fatal violencia.
Porque una noche oscura
se tragó tus auroras
y una mano homicida
destrozó tu corola.
Hoy a tu cuerpo quebrado,
bajo el sol y la lluvia,
la miseria le niega
hasta una humilde tumba,
Pues Juárez se ha tornado
en impune paraíso
de la barbarie excelsa
y del odio masculino,
que deja como saldo
el gran feminicidio.
Hoy la rabia me ciega
y el llanto me subleva,
Juárez,
un desierto sembrado
de blancas osamentas.
LLANTO
POR MARISELA ESCOBAR
Esta vez
el metro y la rima se me niegan,
la imagen y metáfora se eclipsan
ante tanta injusticia e ignominia.
No hay un paño que limpie tanta sangre,
no hay un mar que contenga tanto llanto,
nadie hay que calme el desconsuelo,
ni milagro que alumbre en este caos.
Esta es la visión de los vencidos,
que una nueva conquista hemos sufrido,
ha triunfado la corrupción e impunidad.
Hoy mi Patria se quiebra y desmorona,
su gloria es la transa y la maldad,
sus aguas son fango salitroso
y nuestro alimento rastrojo sin sabor.
Me dueles hasta el alma ¡Patria mía!
La que un día fuiste doncella casta,
raptada por Velarde, por Pellicer cantada,
hoy, cual doliente fantasma, desgreñada
gimes por tus hijas, impunemente masacradas.
Patria, vendida, violada y traicionada.
Estamos todos en un foso infinito,
en soledad perdidos en negro laberinto
y no hay estrella que nos señale la salida,
ni Dios que se apiade de este cruel destino.
Pues nuestra voz no llega a las altas curules
donde en juego de azar nuestro país se apuesta
y siempre dados cargados se arrojan a la mesa.
Nuestra voz no la escuchan los altos magistrados,
aquellos judas negros con togas disfrazados
que danzan al compás del oro al tintinear
y en su pérfida alquimia convierten al Derecho
en cruento carnaval, negocio personal;
donde es tan gran pecado el reclamar Justicia,
que irremisiblemente se paga con la vida.
Y ante tanto crimen, tanta negrura,
te elevas tú, Marisela, madre huérfana de hija,
sobre este erial de desventura
como cactus enhiesto en el desierto,
con tu nombre de mar y de amargura.
Emisaria de todas esas madres que,
buscando a sus hijas, desoladas,
sólo encuentran un puñado de huesos
calcinados por el sol, por la lluvia y el olvido.
Marisela, madre despojada
de la hija, la clemencia y la justicia.
¿Cómo enjugar tu llanto peregrino?
¿Cómo enjugar tu sangre derramada
en sacrificio inútil, impune, inicuo?
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