DUEL0 POR LA DAMA DEL PONCHO ROJO
Chavela Vargas ha muerto, la voz rota que comprendimos en cada gesto
se apagó definitivamente en un momento complicado para el planeta, en
plena convulsión estelar; ha muerto la recia costarricense que se sintió
mexicana hasta la médula, que lloró por las cabezas cortadas y las
mujeres asesinadas de Ciudad Juárez, que enarboló su poncho rojo de lana
como una bandera allí donde su cuerpo enjuto recalaba. Con esta prenda
hilvanaba su mitología personal. Amaba la libertad. Amaba a los suyos.
Amaba intensamente el latido y las sacudidas de los árboles centenarios.
Amaba hasta las pequeñas cosas de este mundo. Amaba incluso su propia
muerte. Era esta dama, ya frágil, una explosión a raudales que nos hacía
sentir más persona, que nos empujaba como una madre coraje por la senda
de la belleza y la solidaridad. Esta flamante perseida, que caminó
sobre pedregales, nos dejó sintiendo compasión. Su voz, ya restablecida,
se parece más al quejido inquietante de un sin papeles que deambula por
calles y plazas a la espera de que alguien con pulcritud cristiana le
otorgue la gracia de la visibilidad.
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