Extrarradio
(a los enfermos sin techo, sin hogar... sin esperanza)
En el extrarradio no hay más horizonte
que una ducha, una cama o un plato de sopa;
aunque, en él, tampoco se está tranquilo, pues, se
raptan las esquinas, se sortean los lugares
y se domina la basura más escogida.
Voy al extrarradio porque me abruma la tisis, TBC.
Los impuestos me han decapitado; me he quedado sin mi casa;
mi mujer me ha abandonado por borracho, por violento...;
mis hijos me echan en cara que me gasto en vino
lo que ellos necesitan para zapatillas..., y yo les digo
que es gratis correr por la vida a pierna suelta:
y el mejor de los deportes.
Al extrarradio, voy al extrarradio:
allí me entenderán; me ofrecerán su confianza
ya que padezco lo mismo que ellos;
más, que eso: me encuentro sucio, enfermo,
en un mundo hermético, salvaje;
en el veo que no me queda más opción:
dirigirme al extrarradio más alejado llamado:
El extrarradio del extrarradio,
donde poder dormir tranquilo,
envuelto entre cartones al calor del cajero.
Y en esta aniquilación de conciencia me hallo.
Desde aquí, percibo la vida envuelta en una extraña hipocresía,
a través de los cristales.
Me sucede cuándo el mundo viene a despertarme
y se mueve por dinero.
Yo, el cajero, lo vengo a ocupar por el aire acondicionado,
porque en la calle, pura lluvia, ni a un perro socorren, y,
a patadas, le recuerdan el cobijo.
Voy al extrarradio del extrarradio más alejado;
donde no me oigan toser o vomitar;
donde no dé náuseas a los ojos de los orgullosos;
pero, en él hallo al chucho más hambriento
que se ha acercado a lamerme las manos:
Cree que soy su hueso añejo, el de antaño,
y, tú, sin nada que ofrecerle, derramado en el ¿ol
vi
do?
...te dejas comer el corazón.
A la violencia machista
Me he hecho puta porque apenas como;
mi hijos, de padres de la calle,
dependen, como yo, del catre, para saciar el hambre.
Duermo en las esquinas y practico el duro oficio, cuando me dejan.
Soy gitana ¡a mucha honra!
y buscona porque no me restan sueños;
tan sólo pienso en comer a lo grande y a lo ancho;
estar tó el santo día tranquila, a la pata la llana...
pero, el chulo me mortifica: quiere más parné,
y yo le digo, que yo no doy más de sí,
que la cosa está muy mala; que se las busque con otra.
“No es tan fácil, monina, –va y me dice–
la habitación hay que pagarla y, a vosotros, no os mantiene el aire”.
Y yo le digo: “pues, quién te mantiene a ti ¡cacho cabrón...!”
Y va y me pega: me jura que me mata si no trabajo.
Enfrente está el espejo:
me veo llorando, espantosa, y me doy mucho asco:
“¡Mírame!: Quién me va a querer, si parezco un espantajo”.
“...ándate con ojo, monina, que cualquier día te rajo,
o te quedo empotrá en la cuneta: Esta tarde quiero treinta euros...”
“Como si fuera eso tan fácil”, –me digo.
Luego, cojo el bolso y me largo
con mi amargura a cuesta, y, en caza de clientes, pienso:
“Nunca me quiso mi madre; mi padre... vete a saber quien sería,
y lo único que la debo a esta gente es un simple consejo:
no te fíes de los hombres, que te la lían.
Y mira cómo me hallo: con los treinta euros.
Si se los doy, al golfo, mis hijos se quedan sin comer:
“Ándate con ojo monina...” –Si fuera eso cierto, ¡qué liberación!
Lo malo, es que, si no me vendo,
al final, lo pagarán caro, mis hijos.
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