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sábado, 25 de agosto de 2012

ISMENE FIGUEROA, Hermosillo,Sonora


Acoso callejero
 
Les cuento que ayer, después de estacionarme en la calle Plutarco Elías, me bajé del carro y empecé a caminar rumbo al mercado. No di ni cinco pasos cuando escuché claramente la voz de un hombre que me gritaba: "¡SABROSA!", con ese tono libidinoso y repugnante que suelen usar los acosadores callejeros. Inmediatamente me di la vuelta y busqué la cara del agresor. Era un albañil encaramado en unas maderas junto a otros hombres que estaban haciendo obras de construcción. Los miré a todos y pregunté enojada:
 
¿Qué fue lo que dijiste?
No dije nada –respondió inseguro el tal hombre, mientras los compañeros lo observaban haciendo una pausa para ver lo que pasaba.
 
Te escuché claramente –le dije–, lo que tú estás haciendo al gritarnos a las mujeres que pasamos se llama violencia comunitaria, acoso, y te voy a reportar con tu jefe.
El guardia del Monge Pío, una casa de empeños ubicada a un lado, fue testigo de todo y me ayudó indicándome que su jefe estaba adentro de la tienda Coppel. Fui a buscarlo, le comenté lo sucedido y me acompañó para que señalara a quién me había agredido verbalmente. Lo apunté con el dedo, mientras el tipo me decía ahora muy modosito:
No se enoje, no sea así.
Su jefe lo bajó de donde estaba y lo llevó al interior de la tienda frente a sus demás compañeros.
Ya después no supe qué pasaría con él, pero creo que se mandó un mensaje a los demás hombres que vieron todo: no es agradable recibir los "piropos" y ya hay mujeres cansadas de guardar silencio; de ahora en adelante vamos a hacer todo lo posible para frenar el acoso callejero y cualquier forma de violencia sexual.

Les comparto mi experiencia porque después de la Marcha de las Putas me sentí mucho más empoderada para hacerlo.

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