Acoso
callejero
Les cuento que ayer,
después de estacionarme en la calle Plutarco Elías, me bajé del
carro y empecé a caminar rumbo al mercado. No di ni cinco pasos
cuando escuché claramente la voz de un hombre que me gritaba:
"¡SABROSA!", con ese tono libidinoso y repugnante que
suelen usar los acosadores callejeros. Inmediatamente me di la vuelta
y busqué la cara del agresor. Era un albañil encaramado en unas
maderas junto a otros hombres que estaban haciendo obras de
construcción. Los miré a todos y pregunté enojada:
–¿Qué fue lo que
dijiste?
–No dije nada
–respondió inseguro el tal hombre, mientras los compañeros lo
observaban haciendo una pausa para ver lo que pasaba.
–Te escuché claramente
–le dije–, lo que tú estás haciendo al gritarnos a las mujeres
que pasamos se llama violencia comunitaria, acoso, y te voy a
reportar con tu jefe.
El guardia del Monge
Pío, una casa de empeños ubicada a un lado, fue testigo de todo y
me ayudó indicándome que su jefe estaba adentro de la tienda
Coppel. Fui a buscarlo, le comenté lo sucedido y me acompañó para
que señalara a quién me había agredido verbalmente. Lo apunté con
el dedo, mientras el tipo me decía ahora muy modosito:
–No se enoje, no sea
así.
Su jefe lo bajó de donde
estaba y lo llevó al interior de la tienda frente a sus demás
compañeros.
Ya después no supe qué
pasaría con él, pero creo que se mandó un mensaje a los demás
hombres que vieron todo: no es agradable recibir los "piropos"
y ya hay mujeres cansadas de guardar silencio; de ahora en adelante
vamos a hacer todo lo posible para frenar el acoso callejero y
cualquier forma de violencia sexual.
Les comparto mi experiencia porque después de la Marcha de las Putas me sentí mucho más empoderada para hacerlo.
Les comparto mi experiencia porque después de la Marcha de las Putas me sentí mucho más empoderada para hacerlo.
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