«El que no ha estado en el
desierto no sabe lo que es la ‘nada’».
(Denise Dresser)
I
Soy de arena
mis huesos
mis labios
mis venas
son de arena.
Brotan a mis pies
flores del desierto
que mi sangre regó.
Hijos de Aztlán
te creí mi hermano
te soñé mi compañero
mas tu locura
vela de luto
mi paisaje
que mudo
se desangra.
II
En la ciudad sitiada
construimos túneles en el
viento
para alcanzar el océano.
La primera mujer
Te llamabas Esperanza
tenías trece años,
fuiste tal vez una niña
feliz
fantaseando entre lápices y
juegos,
«a
la víbora, víbora
de la mar, de la mar».
O quizás la maquila
te robó tu niñez
de mezquite y huizache.
Y frente a ti siempre,
la frontera,
invisible y cierta
promesa o encrucijada
esbozo de vidas posibles
soledad o misterio.
Ignorabas que un ejército
de desolación e infamia
arrancaría de tu pecho
la flor de tu sangre
estremecida,
cercenaría tu piel de mujer
recién estrenada,
secaría tu risa.
Mis versos no lograrán
reparar tu inocencia,
solo aspiran
a rescatar tu recuerdo entre
las cifras
a hacer mía tu esperanza
que nadie conseguirá ya
asesinar.
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